Juan Esteban Beckman y Manolo Blahnik, doctores honores causa por la Universidad de La Laguna.

Juan Esteban Beckman y Manolo Blahnik, doctores honores causa por la Universidad de La Laguna. Foto: Cristian Hernans / PeriodismoULL.

Una vez, Rihhana movió el cuello y le conquistó. Y de ahí surgió la arrebatadora línea de calzado vaquero Denim Desserts. Una vez, sus padres quisieron que estudiara en la Universidad de La Laguna, pero fue en la de Ginebra en donde se formó en Idiomas y Arte, antes de trasladarse a París (1965). Y la seducción del diseño, que no es sexy porque es algo más sutil, le hechizó a orillas del Sena y le colmó de imaginación y de un cautivador talento que puso al servicio de  las mujeres. Y todas (o casi) le prestaron sus maravillosos y embaucadores pies, que enredan, chantajean y fascinan, aunque para el cortejo previo hay que esconder los dedos, dice el honoris causa.

Y otra vez vislumbra desde la city el vestuario de Madame Bovary porque adivina en la Emma de Flaubert una inmensa fuente de luz, como la que irradian las estrellas. Las mismas que distingue Juan Esteban Beckman cuando asienta que la traza de la constelación de Leo no solo se corresponde con la figura de un león, sino también con la de una diosa tumbada o, incluso, con la de un estiloso Manolo.

Proyecta porque pasa horas contemplando. Es adicto a la belleza, al pulchrum que él solo ve. Por eso es “The only one”. Por eso se distingue de lo zafio, de la copia, de lo fácil, de lo animal y grotesco, de los demagogos y majaderos, del postureo intelectual, de los que huyen de la trascendencia porque son demasiado corpóreos. Quizás, no otean el universo.

Y la historia del artesano zapatero, hijo ilustre de La Palma de la escritora Elsa López, que estos días emperica Mellada de Oro de Canarias, se forja con trabajo y se honra con el birrete blanco de las Bellas Artes, en cuya facultad lagunera se asienta el Grado de Diseño por obra, gracia y empeño de su decano Alfonso Ruiz, quien, como otros habitantes del refulgente edificio del arquitecto Juan Antonio González (y también de Urbano y Constanze), padece, en ocasiones, la Gripe Chencho. Lobby palmero.

La marca Blahnik es distante y diva, mucho marketing y cartón piedra. Pero en la distancia corta es cercana, acogedora, apacible y con un sentido del humor muy british. Y el ser humano enternece y que le quiten lo bailado. Está mayor y mola. La experiencia es un grado y da libertad para hacer lo que apetece. Y habla como un guiri, aunque por su sangre corra acento melodioso con sabor a rapadura y purito Vargas. Ja, ja, ja… Un lujo. Como los bolsos Hermès que son perfectos porque cada costura es una maravilla.

Una vez (el otro día), el diseñador, el dibujante, el creador compartió ceremonia con el astrónomo inglés que echó raíces en Tenerife a la sombra de los cielos hermosos del Teide y Los Muchachos. Uno y otro, tan dispares y tan iguales y curiosos en la observación, como El Principito del asteroide, unieron sus nombres al Paraninfo como exploradores del descubrimiento.

Una vez, Manolo Blahnik movió el cuello entre mucetas y puñetas, y nos engatusó. Una vez, el astrofísico Beckman acercó lo infinito al ras del suelo, de la alfombra y del stiletto. Una vez.

 

 

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