Luis Kerch

Me enamoré del paisaje y lo descubrí y entendí gracias a Ramiro Cuende, Virgilio Gutiérrez y otros arquitectos con una mirada más y distinta. La Montaña Amarilla, la chatarra de Icod de los Vinos, la playa de Las Teresitas, El Rincón… (territorios en torno a la seductora Lady de Chirino). Rehacer el paisaje o dejarlo como está en esta isla nuestra que es como un laboratorio (limitado y frágil) al que también se acercó aquella Bienal del círculo verde y que, postrera, de la mano de Juanma Palerm, dio forma a un observatorio para repensar lo pensado, lo improvisado, lo virgen, lo machucado. Pero el estudio, el análisis y el alboroto racional cayó. Y al caer, cayeron ideales y proyectos y profesionales como Gilberto González (historiador del arte, emprendedor e incitador). No obstante, de este último resurgió el ingenio y las ganas y el enredo y, con el tiempo, creó la Oficina para la Acción Urbana para procurar reflexionar. Y, entonces, cosa buena, salieron visiones de uno y otro lado.

Y ahora me topo con Roc Laseca, que hasta el domingo 3 de julio coordina en Tenerife Espacio de las Artes el foro #IdeaMuseo en el que participan, entre otros, el conejero Juan Gopar, autor de la serie escultórica Cromofobia (ciudad demente) construida con  madera, polvo de mármol, resina y cera (sugerente desvarío); y Arsenio Pérez Amaral, coautor de la nueva terminal del aeropuerto de Los Rodeos que, en julio, siempre en julio, apenas deja ver su sensual perfil a través de la niebla: hechicera, fría, puñetera.

Con Laseca voy y no pregunto. Con Laseca: abrigo, saco y forjo. Con Laseca caminé por el barrio bohemio de Wynwood en Miami, en donde me sumé al espiritual negro que cantaban decenas de negros traspuestos dentro del templo aquel. Además, fanfarrón, regresé al hotel luciendo boina vintage, como copiloto de una brava ragazza al volante de un descapotable. Florida landscapes.

El doctor Laseca (¡cómo no le voy a querer!), ahora también semiólogo, sacará tiempo esta canícula para atolondrarse ante los lienzos de Luis Kerch (que conoce muy bien) en el Cabrera Pinto de La Laguna. Luz, horizonte y muro es el nombre de la exposición que exhibe hasta el 4 de septiembre. Son telas que enseñan la belleza sin palabras ni cálculos; una apostura que habla en nombre de la sensibilidad del pintor y se transmite en miles de maneras distintas. Estas letras prorrumpen del poema de Rainer Maria Rilker, que se muestra en un fortuito tuit que retuiteo. Surge de la inmediatez de la red social del pájaro, del continuo fluir de 140 caracteres que enseña un mundo rápido  y aparente que ensimismó a quienes querían el sarpasso. Es el contraste con la realidad sosegada que refleja el pintor, aunque esta coloree límite y frontera.

Luis Kerch

Los destellos de Kerch superan cualquier resquicio para iluminar el jardín. Es la conquista del paraíso de Vangelis. Es la trascendencia de lo terrenal. Es un  kramer contra kramer sin acritud, porque en los opuestos del círculo cromático está la complementariedad y la armonía. La vida misma. La naturaleza no es igual. La mujer y el hombre son distintos pese a la ideología de género. Los matices enriquecen las vivencias y los sabores, como el que asomó del pollo frito que me mandé con el artista y su briosa mujer Victoria en un supermercado a propósito de hacer la compra.

Luis Kerch pinta paisajes. Esos mismos que sostienen la existencia. Y da igual su paradero. Solo hay que detenerse en ellos y cuidarlos.

 

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