Juan Manuel García Ramos

Secundino Delgado (Santa Cruz de Tenerife, 1867-1912) fue uno de los pioneros del ideario nacionalista canario. En 1901 tomó parte activa en la creación del Partido Popular Autonomista desde el que defendió con firmeza la independencia de Canarias frente al Estado español, lo que le acarreó la cárcel. Años después, Antonio Cubillo (La Laguna, 1930-Santa Cruz de Tenerife, 2012), cogerá el testigo fundando el Movimiento para la Autodeterminación y la Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC), ocasionándole, de igual forma, incomprensiones y, en su caso, el exilio en Argelia, país que le brindará apoyo económico y político, y la alta frecuencia de Radio Argel para lanzar sus proclamas africanistas. Perseguido por el SECED (Servicio Central de Documentación), antecedente del CESID (Centro Superior de Información de la Defensa) y del actual CNI (Centro Nacional de Inteligencia) salvará milagrosamente la vida en 1978 tras recibir un par de puñaladas del ex paracaidista Alfonso González. Este atentado contra el abogado laboralista tinerfeño fue la continuación de la frustrada Operación Lejía (1977) que dirigió Mikel Ejarza, el espía que en 1975 había desmantelado a ETA Político Militar tras infiltrase en sus filas.

A Cubillo se le atribuye la creación (¡Oh mamá!) de la bandera tricolor con las siete estrellas verdes, la misma que hoy sábado 22 de octubre celebra su 52 aniversario en medio de resoluciones judiciales y declaraciones patrias. Esta polémica, no obstante, se quedará, una vez más, en una viñeta recurrente del particular y sandunguero patio de políticos, a quienes les gusta más un titular (“la bandera del pueblo”) que a un tonto un lápiz.

En la Casa de los Dragos ya han ondeado las enseñas del arcoíris, de la república Árabe Saharaui o de la comunidad gitana, así que no hay que rasgarse las vestiduras si lo hace la estrellada. De estos gestos es perro viejo el alcalde José Manuel Bermúdez, a quien, seguro, como a Carlos Alonso, le pone más la tela con la cruz blanca de San Andrés sobre fondo azul. Un suponer. Porque en los congresos de la cosa de Coalición, todos a una con la chácara, el tambor y la insignia de marras, fiesta que no se pierde el galeno Román Rodríguez, antes comensal del mismo puchero y ahora no, pero sí.

Pese a estas escenas para la galería con mayor o menor autenticidad, no hay duda de que la historia del nacionalismo isleño tiene un poso ideológico reseñable. Fernando Sagaseta (Las Palmas de Gran Canaria, 1927-1993) también enarboló singularidades, sentimientos y símbolos identitarios. En su caso, se le recuerda por ser el primer diputado en las Cortes que planteó la cuestión canaria sin pelos en la lengua, al tiempo que reivindicó la autodeterminación para los pueblos de España dentro de una estructura federal. No obstante, los cantos de sirena no han calado suficiente y las fuerzas políticas reivindicativas de un espacio independentista apenas han conquistado el voto de la ciudadanía.

Y en el océano de la Macaronesia surgen doctores como Juan Manuel García Ramos y brisas atlánticas que inspiran sueños en islas como Utopía o San Borondón. Anhelos de peñascos autosuficientes que defiendan su territorio, sociedad, cultura y forma de ser, sentir y actuar frente a la metrópoli. Macondo es posible.

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