El presidente de RepsolAntonio Brufau, ha meado fuera del tiesto. Ha hablado como un listillo resentido al frente de una multinacional que vive bajo la presión de los resultados, de los números, del perverso dinero (¡cuánto te quiero!). Se ha comportado como una bestia que no ha digerido el rechazo de la bella Mararía, como un tiburón a quien todavía le duele el rechistar del pejeverde. Parece un rico obnubilado por la erótica del capital, el vértigo financiero, el peloteo de churumbeles y las prepotentes reuniones de los que cortan el bacalao y se lo comen al pil pil con café, copa y puro. Es un jefe a quien el matemático Antonio Martinón no invitó al Paraninfo Universitario de La Laguna para escuchar como el bioquímico Federico Mayor Zaragoza ponía en solfa las decisiones gubernativas, económicas y medioambientales que hoy mueven el Planeta, al tiempo que invitaba a enfrentarse contra esa “tendencia destructiva del presente” porque “lo que parece imposible es posible” (Mandela, Gorbachov…). Inspirador golpe en la mesa del exdirector general de la UNESCO para celebrar los 225 años de la Institución Académica. Y mientras esto dura: lloramos (un poco), agitamos en saco roto, cogemos olas, burgados, amaneceres…, nos cabreamos y, embelesados, miramos al seductor horizonte atlántico de Cecilia Domínguez (Mar último) que fotografía Carlos Schwartz: “Cuando el tiempo nos deje sin memoria / volveremos al mar. / (…) / Cuando la luna invada / los contornos más íntimos de tu nombre y el mío, / volveremos al mar. / A ese mar del que fuimos habitantes un día. / Solo a este mar que ahora nos mira y nos escucha”. Desde el Risco de Famara

Brufau compara el proceso de prospecciones en Canarias con un dolor de muelas serio y le da pena la reacción que se vivió en las Islas a raíz de los sondeos petrolíferos realizados entre noviembre de 2014 y enero de 2015. Y la califica como algo tercermundista. La cagaste Brufau. Tercermundista es que Mozambique se enfrente estos días a un brote de cólera provocado por intensas lluvias y falta de saneamiento. Y le aflige que miles de majoreros, conejeros y demás isleños vociferen en la calle. Y se apesadumbra porque unos cuantos recelen de sesudos argumentos energéticos. Servidumbres de la patria chica, Brufau. Es lo que tiene vivir lejos del arrogante continente europeo. Y arráyate un millo si en Alaska encuentras la felicidad para tu despacho, pero no vincules los éxitos del dólar y del combustible fósil al bienestar de la humanidad. No seas insolente.

Y en estas, Paulino Rivero asoma la cabeza y retoma protagonismos caídos en el olvido. Sale de la madriguera, infla el buche y le pega un variscazo al godo insolente. Al pueblo canario nadie le pone la pata encima. El expresidente autonómico salta como un resorte y, de nuevo, se siente farola de las ocho islas, porque de un tiempo a esta parte el postureo político también reivindica a La Graciosa. Y la incluyen en paneles institucionales y la dibujan grande, como Tenerife y Fuerteventura, aunque sea chinija. Pero se olvidan de San Borondón y de la Venezuela de Chávez y Maduro que antes era la octava. Y de Isla de Lobos y de los islotes Alegranza, Montaña Clara, Roque del Este y Roque del Oeste. Pollabobadas ultraperiféricas. Y Noemí Santana, portavoz de Podemos en el Parlamento de Teobaldo Power, se mosquea y clama contra el ultraje a la soberanía popular de sus paisanos. Tampoco es eso.

Brufau, ¡hay que ser tolete!

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