No recuerdo si fue durante aquel verano en Las Mercedes cuando el Arroró que sonaba (ras, ras) en el vinilo despertó sentimientos. En este barrio lagunero de residencia y monteverde, Teobaldo Power escribió los Cantos Canarios, poema sinfónico que el compositor tinerfeño estrenó con éxito en 1880. Luego, en abril de 2003 el Parlamento canario aprobó que la nana fuera el himno patrio con letra de Benito Cabrera (“Soy la sombra de un almendro, / soy volcán, salitre y lava. / Repartido en siete peñas / late el pulso de mi alma…”). Entonces, el músico conejero no cayó en la cuenta de que La Graciosa, revoltosa, acabaría reivindicándose años después como otra isla más, consideración que está fuera de toda duda para Fernando Clavijo, José Miguel Ruano y demás nacionalistas de la esencia nuestra. Eso sí, el nuevo estatus pretendido no implica la constitución de un Cabildo graciosero. Con lo de pedanía de Teguise y dos piedras es suficiente. No se arregosten, que los de Valle Guerra cogen carrerilla y distraen al alcalde José Alberto Díaz. Ese mismo que como Andrés, el hombre que de perfil no se le ve, existe aunque parezca lo contrario. Por cierto, Asier Antona y Casimiro Curbelo, próximos a subirse al machito, también apoyan la jugada, al igual que Patricia Hernández y Gustavo Matos (este último con zapatos nuevos, si bien viejos), y Paco Déniz, Noemí Santana y resto de podemitas. Caleta de Sebo bien vale una misa sabandeña.

En aquellos abriles de 2003 Román Rodríguez regía los destinos de la nación ultraperiférica. Y contaba los días, pues en julio Adán Martín le sucedía al frente del Ejecutivo autonómico. El galeno de La Aldea de San Nicolás dejaba el cargo con el poema folclórico atado y bien atado. Y ponía proa a otras siglas. El huevo quería sal, protagonismo en nuevo corral y bandera de centro-izquierda. Y dormía y soñaba y veía cosas que nadie creía, como que el voto de su amigo Pedro Quevedo fuera algún día, en la villa y corte, determinante para la gobernabilidad del Estado español. Lágrimas en la lluvia.

A poco de que el Teatro Pérez Galdós acoja el acto institucional del Día de Canarias con entrega de premios y medallas de oro incluidas; y de que Braulio renazca (cansino) por enésima vez de sus cenizas, el líder de Nueva Canarias saca pecho colorado de urogallo tras apuntarse el tanto de conseguir en la capital del reino que el descuento indefinido de residente canario para viajar entre islas, tanto en el transporte marítimo como en el aéreo, sea del 75 por ciento. Y se lo agradecemos, coño, aunque Juan Carlos Díaz Lorenzo, que de aviones y barcos entiende, muestre sus reservas. Y del palmero me fío. Y no contento, el expresidente arremete inflado contra el Cabildo de Tenerife y adláteres por el “olvido” de la TF-5 en el planeamiento insular, a lo que Carlos Alonso contesta raudo y veloz que ya se han comprometido 25 millones de euros para esta vía. Y del tinerfeño me fío.

En la caja escénica del histórico edificio canarión el canto de Power sonará una vez más: pieles de gallina o ni fu ni fa. Vaya usted a saber. La procesión va por dentro. Y en estas, el timplista, que está aburrido, saca perras del erario con un proyecto experimental para escuchar el Arrorró en una variada selección de géneros musicales: balada, reggae, música electrónica… Y a Los Gofiones, su arreglo popular para que se queden contentos. Elfidio ya sale por la tele.

Respetito, frescura, valentía y profesionalidad marcan la iniciativa de Benito Cabrera. Conciencia y alma para un himno, dice, que no se conoce suficiente. Probablemente tenga razón. Versiones estratégicas para una sociedad tornilla (con perdón) de reguetón que desconoce (atinado en Facebook José Rafael Hernández Oramas) quién fue Teobardo Pober, Teobaldo Pagüer o Tegualdo Pouer. Tanto da.

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