De pibe siempre quise ser militar. No preguntes por qué. El caso es que una vez finalicé el Curso de Orientación Universitaria y el tiempo de estudio correspondiente en la preparatoria de La Cuesta, que timoneaba el subteniente Duque, volé a bordo de un hércules hacia la Academia General de Zaragoza. Suspendí la oposición. De aquel grupo ingresaron Ángel Rodríguez Gallo (el más listo de la clase), Felipe Landazábal (un tipo muy divertido que, después, pasó por los Regulares de Ceuta), Francisco Bujalance (por aquí anda y coincidimos de vez en cuando), Pedro Morro (su hermana Mercedes es prima política), Teo Mir (que abandonó la carrera, estudió Geografía e Historia y pasea con su perro grandullón por la rambla), Moisés Acha (entonces lucía bigotito), el orotavense Juan Carlos de León (¡me acabo de enterar que falleció en 2015!) y Gabriel Cairós, que, si no recuerdo mal, es de Tejina. Luego, sin esperarla, llegó la mili: instrucción en la Base Aérea de Gando junto a Ramón González de Mesa, a quien siempre ganaba al ajedrez, y Eduardo Garcinuño, que se fue a casa tras jurar bandera, y destino en el Estado Mayor Conjunto del Mando Unificado de Canarias. Por la mañana cumplía órdenes en el Parque de Artillería, junto a Capitanía General, y por la tarde finalizaba mis estudios universitarios en La Laguna. Algún día que otro subí al campus de Guajara con el uniforme azul de campaña del Ejército del Aire. Presumía más que con el de vestir, formal y menos aguerrido. Con él, acabé de conquistar a Carmen, mi mujer. Decía que el atuendo soldadesco realzaba mi natural galanura. Y tenía razón. El último día de servicio se organizó un copeteo con vino español, tortilla española, aceitunas españolas y banderillas españolas. Todo muy español. Grato encuentro que finalizó, marcial y distendido, con una entrega de diplomas a los pocos afortunados (Javier Abad, Francisco Javier Tapia…) que compartimos trajines con el coronel, el comandante, el corbeta y demás jefes. Enmarqué el papel honorífico aquel, que hoy cuelga de una pared. Sentimental.

Aleccionado por el ingeniero Ángel Morales, he retomado, recientemente, mi interés activo por lo castrense gracias a la convocatoria de reservistas voluntarios. Incluso, Manuel Herrador, que también es reservista, me ha animado a concursar. Así que, novelero, he movido ficha, pero la burocracia frena, agota. Ya veremos. Hay otras batallas y colinas que tomar. Además, siempre nos quedará la Tertulia Amigos del 25 de Julio o el desfile de la Pascua Militar. Además, bien pensado, el periodista, mejor en la barrera. Así no hay servidumbres ni paños calientes. Además, si es por cubrir la cabeza, luzco boina vintage, que es tendencia, como lo son las fuerzas de paz desplegadas en el extranjero. De esto sabe algo el general jefe del Mando de Canarias, Pedro Galán, pues huestes de las lslas han operado durante estos últimos años en Malí, Afganistán y Líbano con el objetivo de proporcionar apoyo, instrucción, adiestramiento y asesoramiento a las fuerzas de esos países. A mediados de este mes de febrero, el capitán general pasará a la reserva. Ya le toca. Eso dicen las ordenanzas. Detrás deja cuatro años de afecto y eficaz mandato, culminado hace pocos días con la organización en la capital tinerfeña de la reunión del Consejo Superior del Ejército. Su jefatura ha coincidido con el 425 aniversario del primer capitán general de Canarias, Luis de la Cueva y Benavides, lo que conllevó la organización de un buen número de actos en todo el Archipiélago, y la concesión al Mando de Canarias de la Medalla de Oro de Tenerife. La seguridad que transmiten la Unidad Militar de Emergencias, el Seprona, el Ala 46, el Servicio Aéreo de Rescate, los buques de Acción Marítima o el Bhelma VI (Batallón de Helicópteros de Maniobra), que en julio de 2016, en Punta de Teno, rescató por la noche a 133 personas aisladas, encomia a unas Fuerzas Armadas queridas en nuestra tierra. Feliz retiro, general. Y al inglés Chris Haslam, que en The Times escribió que cualquiera que visite España debe olvidar las «nociones de educación, discreción y decoro», le contestamos con el vituperio que, presuntamente, en el XVIII, profirió el almirante Blas de Lezo: “Todo buen español debería mear siempre en dirección a Inglaterra”. Sin acritud.

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