Y mis colegas periodistas (muchas) pararon. Otras no. Otras no levantaron el pie del acelerador. No se sienten ni se sintieron víctimas el 8M. Y no se consideran esquirolas. Y son igual de mujeres (en esto no hay rangos), aunque en las revoluciones, como en la ultrafeminista, haya daños colaterales y cadáveres en el camino por fuego amigo. El precio que hay que pagar. Afortunadamente no es el caso ni la sangre llegó al río. Y en el Día D casi todas se apuntaron al bombardeo masivo sobre el techo de cristal y la brecha salarial. Queda bien. Mola el género aunque no tengan ni puta idea de la ideología excluyente que objeta la diferencia. Pero, insisto, en ocasiones hay que dar un golpe en la mesa y vociferar contra la sociedad en crisis que alimenta a protervos violentos y presenta un escenario profesional que aprieta y ahoga. El éxito mundano, frío, severo, vanidoso y pesetero, no espera. No da elección. Llora mujer. ¡Y qué más da! No es mi problema. A gimotear al valle. Aquí no hay hueco para la conciliación familiar. ¿Víctimas? Sí. Sin duda. Pero la misma Bebe que canta «Malo, malo, malo eres, / no se daña a quien se quiere, no; / tonto, tonto, tonto eres, / no te pienses mejor que las mujeres» es la misma Bebe que no quiere enfrentarse al sexo contrario porque lo necesita. La trovadora es consciente de que la realidad es mixta. ¡Qué aburrida sería la convivencia sin la mixtura! Una vida repetida sin vivas y sin Coldplay. Así que salvapatrias las justas. No nos rasguemos las vestiduras. No pestañeamos en un infierno machista y opresor. Que las universitarias (por lo que me toca) son mayoría y trabajan más y se comprometen más y empujan más y sienten más. Y cada día están más en donde hay que estar. Y son normales. No súper. Y ellos, con las ideas claras. Cambio generacional. Nadie con dos dedos de frente cuestiona la igualdad. No hay controversia manifiesta pese a comportamientos necios y crueles. El mundo nuestro y de Baroja que es ansí. Y uno, que ya lame el medio siglo, maduró con la democracia y con decenas de dueñas de sí mismas (¡Hombres a mí! ¡Ja!). Bien es verdad que, como han declarado el vicepresidente del Gobierno de aquí, Pablo Rodríguez, y la subdirectora de la Unidad de Igualdad de Género de la Universidad de La Laguna, Laura Aguilera, la educación es clave. ¿Y cuándo no lo es? Y la hago extensiva a los valores que se maman desde la cuna. En libertad, tolerancia y exigencia que no amilana, ¿quién dijo miedo? Como no lo tuvo Chicha Arozarena, que voló (vuela, vuela, vuela…) hasta la Complutense de Madrid y regresó a su isla y dirigió Radio Nacional de España en Canarias entre 1994 y 2008. Y la galardonaron con reconocidos premios nacionales. Y la cabrita (con perdón) habla inglés, francés e italiano. Y también es mi vicepresidenta, o sea, de la Asociación de la Prensa de Tenerife, que aunque no esté, estaré. Y le sobra el tiempo (un decir) y colabora en distintos medios y en actividades, como en los recientes Diálogos del Parlamento de Canarias, con Carolina Darias y María José Guerra, subdirectora de la Escuela de Doctorado y Postgrado de la idéntica ULL de antes que aglutina cacumen con falda y pantalón. Y Chicha no es una rara avis que haya que conservar en formol. Su trayectoria, no exenta de sinsabores (seguro), la forjó a pico y palo al igual que tantas y tantas. Que tantas y tantas. Que tantas y tantas. ¡Y las que quedan por llegar y liderar y cambiar y mover y remover y calmar! Por eso no es necesario parar para que el mundo se pare. Las hembras alfa no lo permitirían, incluso en días históricos.

 

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