Ilustración: María Luisa Hodgson

Ignatius Reilly se tira pedos. Retumban y no causan pestilencia, sí carcajadas, sonrojos o disimulos. Este grotesco don Quijote de Nueva Orleans es tal cual, sin ambages, burlesco, antiestético. Un tipo raro que devora los perritos calientes sin mesura. De ahí, seguramente, la ostensible aerofagia. Si bien, en el fondo, pese al desaliño, se le coge aprecio. Será la inocencia o el espíritu babieca del cándido. Un ser estropajoso que pone en solfa la sociedad que le envuelve. Otros, sueltan ventosidades por la boca, como Willy Toledo, un niño de papá que miccionó meadas infantes en la arena familiar de El Médano y ahora, gallo, se caga en este mundo y en el otro. Arrogante, provocador. Triste.

Al menos, a Ignatius y a Willy se les presupone el andar. Van de frente en sus rarezas, para bien y para mal. Son felices o infelices a su manera. Amores y odios extremos. Personajes mortificados. Amantes dolientes en complacencias extrañas o solitarias. Criaturas, en el fondo, frágiles.

También hay gufos que se expelen silenciosos. Y estos sí que apestan. Son los peores. La apariencia oculta miserias. La vanidad de los mediocres. Honras humanas zafias. Sepulcros blanqueados. Ansias intelectuales de individuos que ensucian. Acciones aviesas que se mofan de la academia con la complicidad de churumbeles abraza farolas. Estandartes de moralina que ondean en méritos de cartón piedra y que acaban entre las piernas tras el implacable y feroz juicio mediático. Un Instituto de Derecho Público (ya clausurado) de la Universidad Rey Juan Carlos que alimentó egos para fardar y medrar. Viles medallas en currículums que entontecen el papel, que lo aguanta todo, incluso la mentira, que, al final, sale (siempre) y cuando sale, el fantoche mengua en el lodazal y el desafuero que lleva consigo se fosiliza en la historia de las iniquidades. Castigo para las irregularidades de Cifuentes y de Casados que están por ver y para las Montones plagiadoras. Y el presidente impoluto que arribó en torre de marfil también es pavo real. El doctorcillo no usó comillas ni referenció fuentes en su tesis doctoral por inepto y porque estaba entre afectos halagadores. El algodón no engaña, aunque la camarilla del pesebre levante parapetos para proteger al líder dechado de indignidades. La máxima distinción académica, obtenible con rigor y esfuerzo, se prostituye. Vanaglorias de la denostada carrera política. Lecho mezquino. Vergüenza. Y, asustados, los embobados de izquierda, centro y derecha corren presurosos a lavar sus infames vitaes.

La corrupción también afea el conocimiento, por eso el control y la supervisión son, igualmente, esenciales entre mucetas, birretes y puñetas. Pero la endogamia de la enseñanza superior pone obstáculos: de las cincuenta universidades públicas españolas solo veintidós cuentan con Servicio de Inspección. En las 28 restantes el campo es orégano. No hay quién vele por el bienestar y recto proceder de los integrantes que conforman sus respectivas comunidades. No obstante, pese a la realidad sangrante, el presidente de la CRUE Universidades Españolas, Roberto Fernández, rector en Lérida, sale al balcón y, rehusando la necesaria y saludable autocrítica, defiende a los suyos. Perverso corporativismo. Flaco favor a la justicia y a la sapiencia.

Mientras, en la Universidad de La Laguna somos afortunados. Su inspector jefe, Andrés Falcón, es el único de España perteneciente al Cuerpo de Inspectores de Educación. Una garantía para el desempeño de la actividad, lo que redunda en una eficaz vigilancia y rectitud interventora. Tanto es así, que el número de incidencias en la ULL (denuncias o actuaciones de oficio), protagonizadas por profesores y personal de administración y servicios, afecta a menos del uno por ciento del total de sus miembros. No extraña, entonces, que el prestigio que atesora sea un aliciente para que en numerosos congresos y seminarios especializados requieran su presencia, reconocida en 2006 con el Premio Nacional de Estudios e Investigación del Instituto Nacional de Administración Pública, junto al docente Luis Díaz Vilela.

Doctor en Psicología y licenciado en Pedagogía, Falcón depende del rector Antonio Martinón, lo que no ha sido impedimento para que la labor que desarrolla se realice desde la más absoluta autonomía. Así tiene que ser cuando la verdad se maltrata. La fragilidad del individuo, incluso sabio, le predispone a la realización de actos contrarios a los propios de los hábitos operativos buenos. Con todo, el deslustre de este tiempo supone un acicate para alcanzar la virtud, necesario contrapeso y disposición consustancial al ejercicio profesional de la inspección, garante de la rectitud en un universo desquiciado y que tan bien retrata John Kennedy Toole:

-¿Qué es toda esa basura que hay por el suelo, Ignatius?

-Eso que ves es mi visión del mundo. Aún tengo que estructurarlo en su conjunto, así que mira bien dónde pisas.

 

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