Ilustración: María Luisa Hodgson

José María Hernández-Rubio (1912-1991), contestatario y sabio catedrático de Derecho Político de la Universidad de La Laguna, se presentó durante unos carnavales en la puerta del Casino de Tenerife acompañado de dos mujeres que, a simple vista, parecían de vida alegre. O sea, entregadas a los placeres de la carne a cambio de dinero. Ipso facto fue parado por el conserje, advirtiéndole que no podía entrar en la Sociedad custodiado por señoras de dudosa reputación. Hernández-Rubio, en sintonía con su espíritu subversivo, reaccionó sin dilación: “Estas señoras no son de dudosa reputación. Son putas. Las de dudosa reputación están ahora mismo ahí dentro”. Y sin más miramientos, ante la estupefacción del empleado, dio media vuelta junto a las complacientes acompañantes y se marchó con la fiesta a otra parte.

De igual forma, a Bismarck se le relaciona con la frase de que España es el país más fuerte del mundo pues los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido. Además, la supuesta máxima del mariscal alemán se enriquece al afirmar que lo increíble de España es que todavía exista con una clase política tan inepta.

Sin entrar a valorar protagonismos o autorías, está claro que las personas que llaman a las cosas por su nombre concitan, cuando menos, credibilidad, cualidad, como tantas, en desuso. Los eufemismos políticamente correctos le hacen un flaco favor a la saludable vida democrática que nos gustaría tener en nuestra España caníbal regida por políticos a los que resulta muy fácil asignarles calificativos ajustados al traje que portan. Porque en todos los partidos cuecen habas. En todos hay corruptos, mezquinos, ignorantes, analfabetos funcionales, parásitos, mentirosos, chapuceros, artificiosos, pedantes, soberbios, calumniadores, revanchistas, especuladores, necios, obcecados, peligrosos, atontados, narcisos, incongruentes, apoltronados, infieles, trepas, iluminados, maleantes, comemierdas, babosos, insensatos, anacrónicos, ridículos y pollabobas. Estos sujetos pululan, lógicamente, a mansalva en el universo patrio. Nadie o pocos se salvan. Pero, en este caso, hay una gran diferencia: el noble arte de la política exige excelencia y extrema rectitud. En sintonía con la filosofía cristiana, se concibe para ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. Sin esperar comisiones, clases oro, tarjetas black, regalos, asientos vip y provechos.

La Ley de Murphy es implacable: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Y así ha sido con la sentencia del Caso Gürtel. ¿Alguien esperaba que el PP iba a escapar indemne? Pero Rajoy, imbuido en la gestión del interés nacional, hace mutis. Es como el replicante que, en su paja mental, recuerda antes de morir que ha visto cosas que los demás no creerían. Y que todos esos momentos se perderán en el tiempo… como lágrimas en la lluvia. ¡Mándate una papa, Mariano! ¡Espabila! Como mínimo, haz tuyas las palabras de tu vicesecretaria de Estudios y Programas, Andrea Levy, y pide disculpas con la humildad y la honestidad que conlleva el servicio público.

Y en estas, las hienas salen a la sabana y se rasgan las vestiduras olvidando que a cada cerdo le llega su San Martín. Pedro Sánchez presenta moción de censura y borra de la memoria el escándalo de los ERE en Andalucía, mientras que Albert Rivera, Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y resto de representantes con más o menos ínfulas piensan que son ejemplares. ¡Ja! Los mismos perros con distinto collar se revuelven en el barro hispano alentados por la claque de periodistas con carné e incendiarios pontífices de redes sociales.

Malos tiempos para la lírica. Malos tiempos, en especial, para el Partido Popular que gobierna. Normal. Y en Canarias, a su presidente no le arriendo las ganancias. Asier Antona, que nació en Bilbao y en Santa Cruz de La Palma y que se desprendió del Diploma de Estudios Avanzados y que marcha animoso junto a Rajoy cuando toca corretear por la Rambla antes de embocar hacia la avenida de Anaga, es más de lo mismo. La joven libertad que nació de la Constitución de 1978 necesita bríos renovados, vergüenza, trabajo, honra, probidad y no postureos facilones de cartón piedra. Y requiere, también, que La Roja levante de nuevo la Copa Mundial de Fútbol para subir el ánimo. Después, tarde o temprano, volverá la turbulencia. Va en los genes del animal político. Roosevelt es un claro ejemplo. De él cuentan que no se anduvo con rodeos cuando respondió a un periodista de por qué era demócrata: “Mi abuelo y mi padre pertenecieron a este partido, por eso yo estoy en él”. Entonces, el plumilla espetó: “Y si su abuelo y su padre hubieran sido desaprensivos y ladrones, ¿usted sería un ciudadano desaprensivo y ladrón? “No, señor mío, en tal caso sería republicano”.

 

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