“Después de haber hecho esto, no puedo volver a enseñar en Stanford otra vez. Siento como que hay una pastilla roja y una pastilla azul, y puedes tomar la pastilla azul y volver a tus clases con veinte estudiantes. Pero yo he tomado la pastilla roja, y he visto el País de las Maravillas”.

Sebastian Thrun, en The New York Times

Gracias a Twitter descubrí a @tiscar (Tíscar Lara) y con ella a @UniMOOC y a @andres_pedreno (Andrés Pedreño) y, claro, a los mooc (masive open online course), esto es, curso masivo, abierto y online. Algo había oído de estas plataformas gestadas, como casi todo en las tic, en el entorno de Stanford y el MIT, pero fue a raíz de este contacto tuitero cuando profundicé en su conocimiento, lo que me llevó a matricularme en el primer mooc en español dedicado a analizar casos de emprendimiento en la nueva economía digital (mooc-emprendimiento).

Concebidos para enseñar y aprender, muchos consideran a los mooc como las universidades del siglo XXI. Y puede ser. Gracias a internet, llegan a miles de estudiantes de todo el Mundo con libre acceso (sin coste) a los materiales y documentos que aportan. ¡Fantástico!

Esta revolución en la educación que, imperiosamente, tiene que afectar a la históricamente inmóvil enseñanza superior (Profesores motivadores del espíritu emprendedor), responde a la necesidad masiva de formación presente en la sociedad contemporánea. Hablamos de lo que se denomina “Lifelong learning” (Educación permanente) y de la que me siento profundamente seguidor.

Aunque a David Wiley se le reconoce como el padre del primer mooc (año 2007), fue en 2011 cuando realmente despegó gracias a un curso de Inteligencia Artificial que contó con más de ¡160.000 alumnos! Detrás de esta iniciativa estaban Peter Norvig y Sebastian Thrun, quienes, asombrados por el éxito de convocatoria, fundaron con posterioridad Udacity, la primera universidad online gratuita para todo el mundo.

¿Nos quedamos con la pastilla roja?

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