Ayer tarde coincidí con un fotógrafo amigo antes de que empezara un acto electoral. Como muchos, antes trabajaba para un medio de comunicación. Hoy, es un profesional independiente que se las apaña atendiendo peticiones puntuales que le encomiendan.
Hablamos y, lógico, salió el tema del periodista multimedia y digital. Del profesional de la información que debe escribir, manejarse en WordPress y en las redes sociales, hacer fotografías, grabar y editar vídeo… Y todo hacerlo rápido, bien, y si es con el complemento del inglés, mejor.
Como esperaba, el fotógrafo amigo se resistió al panorama que le presentaba y se aferró a su monocultivo: “¡Qué no se pueden hacer varias cosas a la vez!”, “¡Que el que mucho abarca poco aprieta!”… En fin, las disculpas lógicas de quien se empeña en no adaptarse a las nuevas demandas del mercado.
Porque otra cosa es especializarse y dedicarse, por ejemplo, al Fotoperiodismo (con todas las letras), como Arturo Rodríguez, que desde hace algún tiempo mora en Myanmar (sudeste asiático) después de haberse aventurado a campos de refugiados, conflictos bélicos… Ganar el World Press Photo en dos ocasiones…
La actividad profesional de Arturo (trabajamos juntos en el ya desaparecido periódico universitario El Siglo XXI) se aleja de la producción informativa ordinaria. Está reservada a los pocos que deciden, con la mochila a cuestas, coger carretera y manta. Y eso es otra historia…
Finalmente, mi amigo el fotógrafo hizo su trabajo y lo hizo bien. Es un buen fotógrafo, pero, por lo general, la empresa informativa busca otro perfil. Un fotógrafo, a secas, no es rentable para el día a día; como tampoco lo es un redactor que solo escriba.
Ya no caben medias tintas.