El chef Tadashi Tagami siempre mira a los ojos del producto, aunque sea vegetal. Y es que en el Kazan (una estrella Michelín) basta con dejarse llevar por la magia de la contemplación. Entonces, como si te atrapase la bella melodía de una flauta de bambú, surge la hermosura del plato y la extrema relajación que crece con el deleite.
Y Lolo Crusellas, el jefe de sala, se acerca a la mesa en silencio. No lo esperas. No hay nada ni nadie que perturbe el salmo gastronómico. Y con armonía y paciencia coloca la raíz de wasabi sobre un rallador de piel de tiburón. Y presiona en movimiento circular hasta que la pasta de sabor picante cae sobre la paleta de madera. Este ritual, exclusivo de contados restaurantes en el Mundo, es la antesala que da cobertura al sashimi de atún rojo y salmón. Presentado en corte grueso, se degusta con ceremonia y se remata con un sorbo del blanco Artífice de Icoden-Daute-Isora. Las islas de Japón y Tenerife se dan la mano, afecto que continúa luego con el susukuri de camarón soldado local.
El mar arrulla y los palillos avanzan entre el crujiente del filotemaki de salmón y kimuchi, los nigiri de mejillón picudo, boquerón y atún rojo, la tempura de almejas y el tobiko de carabinero.
Pasa y no pasa el tiempo porque es eterno. Las mesas de la sala colman comensales pero no están porque estás ausente. ¡Qué bien lo has hecho Fran Relea!
Pero el sueño es mortal y tras el postre (helado de manzana y mango con torrijas bañadas en sake) lo onírico despierta. La mirada de Tadashi Tagami es real…