Eloísa González

No paro de repetirles a mis alumnos de Periodismo de la Universidad de La Laguna que vivimos el mejor momento para la profesión. Pero cuesta que lo asimilen. Quizá porque las empresas informativas de por aquí tampoco acaban de creérselo o, sin más, viven enganchadas al infotainment, esto es, informaciones orientadas esencialmente a entretener al lector. Se han dejado llevar por la fugaz atracción del trending topic y de lo viral. Forman parte del ardiente caudal de las redes sociales. Y pocos son los equipos que, de verdad, se centran en estudiar la revolución de la social media para generar productos mejores y rentables. Y es posible. El Washington Post da ejemplo. Su editor Fred Ryan ha anunciado hace unos días que planea contratar a alrededor de sesenta periodistas estos próximos meses. Igualito que en la Cadena SER, que ya ha comunicado a los representantes de los trabajadores despidos para este año, o en el diario ABC, que prepara un plan de bajas incentivadas.

Normal que con estas cortas miras y planteles reducidos no se aborden temas de calado que enriquezcan y den valor. No da tiempo. Requiere esfuerzo. Es más fácil recurrir a contenidos basura que “exploten el morbo, el sensacionalismo y el escándalo como palancas de atracción de audiencias”, escribe el colega Carlos Elías. Y entonces el descrédito de los medios de comunicación crece al mimetizarse con el incesante vómito del circo digital. Y, claro, La Vanguardia de Barcelona titula con el “triangulillo” de la presentadora Eloísa González, mientras que en Canarias exprimimos al máximo la vulgar cuestión (incluso en primeras páginas) como si fuese asunto de Estado. Altavoces que realzan lo grotesco de la realidad esperpéntica que figurase Valle Inclán.

Y el caldo de cultivo contagia a la representante socialista en el Consejo Rector de Radio Televisión Canaria, María Lorenzo, que dispara en territorio fangoso. Más condimento para el espectáculo mediático que quiere más. Y más que llega con la contestación oficial del ente nacionalista, la cual, aparte de refutar con contundencia el comunicado de marras, yerra al vincular la profesionalidad de sus presentadoras (también incluye a Yanely Hernández) con la elevada cuota de pantalla que registran. Este argumento no es válido. Y lo sabe de sobra el presidente Santiago Negrín, pues es práctica habitual que programas vinculados a la telebasura estén conducidos por comunicadores de prestigio. Desgraciadamente, las teles suelen estar más pendientes del share que de cuidar la calidad de lo que emiten.

La contaminación informativa y verborrea fácil que se propagan desde las plataformas sociales es una oportunidad para que los medios de comunicación se distingan, no para que se dejen arrastrar por el flujo de su marea. Volviendo al Washington Post, los periodistas conviven con ingenieros informáticos, diseñadores digitales, productores de vídeo, expertos en Social Media Marketing… Todos involucrados en la producción de buenas historias que, arropadas por la innovación y las TICs, atraigan, fidelicen lectores y, en consecuencia, generen ingresos por publicidad u otros conceptos. Este es el laboratorio de la empresa informativa actual. Se trata de desarrollar fórmulas que trabajen por el liderazgo del ejercicio periodístico en medio de las aguas turbulentas que generan las redes sociales.

Por cierto, en Fin de Año engullí las uvas en la grata compañía de Eloísa, Yaneli y Roberto González. Desconozco el nombre de los otros dos que completaban el quinteto televisivo. Conecté pocos minutos antes de las doce y desconecté pocos minutos después. La cosa no daba para más. ¡Qué necesidad!

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