Lo confieso. Opté por el partido de fútbol que enfrentó el miércoles al Barça contra La Roma, antes que por la presentación de la novela póstuma de Rafael Arozarena, El señor de Faldas Verdes. Después de la chilena que le había endosado Cristiano a la Vecchia signora el día anterior, tenía morbo seguir las evoluciones de Leo sobre el césped del Camp Nou, salpicado puntualmente por volátiles globos amarillos, el mismo color del lazo reivindicativo que Pep lució en la inesperada y sangrante derrota de su City, para alegría de los del Liverpool que nunca caminan solos. Hasta los collons de las maniobras propagandísticas de los amigos del proces empeñados en descomponer a la sociedad catalana, ahora alborozados porque el alemán dice que no hay rebelión pero sí malversación de fondos públicos. Otros, allende los mares, vitorean a Lula da Silva a ritmo de batucada. Parecidos perros rabiosos. Malditas cerrazones ideológicas. Y el tanto del portugués dio pie a recordar, aprovechando la memoria histórica, el gol de espaldas y con los dos pies en el aire que Pedrito le endosó a la Real Sociedad en el año 2015. O sea, la misma virguería del luso arrogante, pero menos descollada.
Ya hablaré con el editor Pomares para adquirir el libro del fetasiano, que leeré alejado del opio del fútbol en ratos de sosiego que me acerquen a la Sabinosa de ficción, al igual que en otro tiempo el realismo flambeado de Mararía, en Lanzarote, trajo satisfacciones. Son los personajes cotidianos, pegados a la tierra, los que engatusan. Estos, se revelan desde la narrativa, sin duda, más sugerentes que los que protagonizan noticias que aburren y monopolizan tertulias que poco aportan y de las que huyo por una simple cuestión de salud mental. No perderé el tiempo en escuchar las sesudas disertaciones de lengüines y opinadores (monárquicos, republicanos y rosas) acerca del desplante pascual de Letizia a su suegra la reina emérita. Desdichada abuela, pobres niñas y patética madre. Sí me preocupan más las supuestas irregularidades del máster de Cristina Cifuentes y la intervención del Ministerio Fiscal por presunta falsificación de documento público. Y si hay delito, que lo pague quién deba. Pero la cuestión, también (y de esto nadie habla), deja al descubierto las miserias de nuestra querida universidad española, con sus excepciones. Que las hay. Es la obsesión por el título que no garantiza competencias. Es la flojera de estudiantes y docentes apoltronados que no merecen pisar suelo académico. Es la mentira del cumpli-miento. Es el regalo de calificaciones en asignaturas y trabajos de fin de grado y posgrado. Es la banalización de la enseñanza superior. Es la fábrica alejada de la realidad pese a los intentos de Bolonia. Escenarios que Cristina y la Juan Carlos I han destapado sin querer y desdeñan los políticos de la oposición y periodistas de carnet enfrascados en crucificar a la presidenta pepera del oso y el madroño. Y si, finalmente, sale por la puerta de atrás, los suyos, con la complicidad de empresarios de postín, ya le buscarán algo en algún consejo de administración. Y la presentarán en un desayuno business con mantel, jugo de naranja y cruasanes. Algo así como lo que ha acontecido estos días con el ex Paulino Rivero, nuevo presidente de la Fundación Canaria Observatorio de las Energías Renovables y la Eficiencia Energética. ¡Chúpate esa! ¿Qué necesidad tenías, Paulino, de prestarte al juego titiritero? ¿Por qué no disfrutas de la jubilación en las Terrazas del Sauzal? ¿Por qué no places con los atardeceres atlánticos y una buena lectura que aporte e instruya tu maestría olvidada? Te propongo un clásico que destapa la condición humana: El señor de las moscas de William Golding. Y luego, el nuestro: El señor de Faldas Verdes. Ya los comentaremos.