Ilustración: María Luisa Hodgson

La telerrealidad entontece a sus consumidores adolescentes y no tanto. Y los aliena con mañas bien pensadas para que abracen y sientan el espíritu democrático del jurado o del voto. Es el caso de Operación Triunfo, Gran Hermano, Master Chef, Supervivientes y demás productos televisivos que repiten fórmula. Se trata de inflar el tentador chicle con la suficiente maestría para que la bomba crezca y no explote ante el fiel rebaño. Las miserias y bondades de sus protagonistas salen, entonces, a flote y se magnifican afectos y odios. Los personajes desnudan caracteres y visten carnada para correveidiles profesionales de platós infames y patios de vecinos con mayor o menor alcurnia. Es la salsa en donde todos mojan. Y también la plataforma para estrellas fugaces, duraderas y juguetes rotos. Por el momento, una hija de San Cristóbal de La Laguna y de la Academia de OT brilla cual lucero, al igual que en su día encandiló otra buena niña del Adelantado. Se llamaba Idaira y en septiembre de 2005 fue humillada por la malvada Noemí Galera. El agravio provocó que Tenerife y la plaza del Cristo, con la alcaldesa Ana Oramas al frente, se levantasen indignadas contra la goda enterada. ¡Lucha canario!

Mayo de 2018. La que fulgura con lustre se llama Ana Guerra, aunque el apellido english tira más entre los warriers. La sabrosura del bienmesabe embelesa como el fuego lento revoltoso de Rosana o la cadencia del río y del puente de Pedro, que vive despacito. El son nuestro latino seduce al castellano que se acalora con el remedio de la paisana que tiene un aire a Gloria Estefan y a Shakira. Su medicina alivia la oscuridad con un sutil toque a reguetón que, afortunadamente, no bebe de la gasolina de Daddy Yankee o del trap de Bud Bunny, más propios der nota con coche tuneado y altos decibelios. Ana arrulla y arropa querencias en sintonía con Juan Luis y sus traviesas burbujas de amor. Con él, tiempo ha, quisimos ser un pez para bailar suavecito en cinturas amantes. Es la bachata que ahora ronronea Romeo Santos. Cancioncitas.

Ana Guerra o sea, Ana War, que ya no reniega del acento suyo, canta, además, con Aitana, el himno de una revolución. En este caso, con más fundamento que la que lideró la hoy diputada en Cortes. Lo malo es como La Marsellesa para el gabacho, la querida presencia del comandante Che Guevara, La Estaca del Procés o el vacilón de las siete estrellas verdes. Incluso, la Policía Nacional tuitea el estribillo (“En un chico malo, no, no, no / Pa’ fuera lo malo, no, no, no / Yo no quiero nada malo, no, no, no / En mi vida malo, no, no, no, no”) para condenar la violencia de género. Lo malo se glorifica para quedarse y apelmazar sin fisuras los derechos universales de igualdad y libertad. El movimiento feminista vive su segundo alzamiento. Y no está solo. Y grita contra La Manada y menea al poder judicial que se revuelve en su independencia. Se creía intocable. Pues no.

Ya no hay vuelta atrás. Lo malo es la oración del #Cuéntalo, del ya está bien, del hasta aquí hemos llegado. Ellas sentencian el cuándo, el dónde y con quién. Y las universitarias lo cuentan. Y las empleadas de las empresas y de las instituciones denuncian a profes y jefes malos. Las mujeres han tomado conciencia y saltan sin miedo a la palestra de lo público. Pero no todo vale. No valen los mensajes incendiarios. Seamos serios. #Nopuedocontarlo solo ha alimentado el morbo y el chisme en esta sociedad chica. Y no es verdad, Dulce, que no puedas contar quién te acosó sexualmente. No es verdad porque eres independiente y ya no estás en el pesebre del poder político. Y ni falta que te hace. A estas alturas, próxima a los cincuenta, y con la vida más o menos resuelta, no necesitas aldabas. Ya rompiste el techo de cristal. Estás de vuelta y vas y vienes cuando te viene en gana. Te lee quién quiere. Y quién no, a ti plin. María de Anchieta dormirá muy bien. No precisa lectores que le hagan el rendibú. Sí puedes contarlo, Dulce. Y deberías para oprobio del cabrón que te maltrató y para que otras mujeres, frágiles y en la cuerda floja (que las hay), siguieran tu ejemplo valiente y responsable. Si hay alguien, Dulce, que puede contarlo, eres tú.

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