The New York Times se convirtió el domingo 24 de mayo en tendencia mundial al atiborrar las seis columnas de la primera página con el nombre y un parco obituario (Marion Krueger, 85 años, Kirkland, Washington, bisabuela de risa fácil) de cientos de personas fallecidas por la COVID-19. La Dama Gris, inmarchitable y musculosa gracias a una lustrosa cuenta corriente (su acertada innovación informativa y empresarial se estudia en las facultades de Periodismo), removió conciencias y lágrimas patrias bajo los acordes de la bandera llena de estrellas. ¡Cómo le gusta al yanqui un muro memorable! Al día siguiente (igualito) las portadas de los principales diarios impresos de España se ilustraban con el mensaje “Salimos más fuertes” precedido por un molón hashtag. La publicidad del Gobierno de Pedro Sánchez aliviaba las precarias arcas de los periódicos hispanos con una soflama que solo se cree él y corte sectaria. Mientras, en la ultraperiferia, la atención mediática del lunes se centraba en la dimisión de María José Guerra como consejera de Educación, Universidades, Cultura y Deportes del Ejecutivo canario. La catedrática de Filosofía Moral de la Universidad de La Laguna sucumbía a las sordideces que envuelve a la política a raíz de que el director general Gregorio Cabrera, al frente de Innovación Educativa, le hiciese la cama al anunciar el fin de semana que dimitía, entre otras cuestiones, por discrepancias en la gestión de la desescalada en los centros escolares. El inspector en comisión de servicios, acostumbrado al cenagal del reverso, tiraba la piedra para, después de la renuncia de su jefa, continuar en el puesto. El pulso le salió bien. En el conflicto no ha lugar al pasteleo. En la batalla la conciencia recta es prescindible y no hay rasgue de vestiduras. Es el mundo de vivientes. La intelectual independiente que recaló en Educación sin servidumbres topó con la intriga, un inoportuno coronavirus, dinosaurios y el estado de alarma que echó por tierra el cambio tranquilo y necesario que llevaba en la cartera. Gorgias y la retórica no tuvieron tiempo suficiente para desatascar el sumidero del ahora meo. La pensadora fue un animal inteligente poco común con los seres humanos. Oportuno, Kierkeggard.
Ángel Víctor Torres manejó bien la crisis en Sanidad tras el cese de Teresa Cruz a finales de marzo. Dos meses más tarde la harina ha vuelto a su costal, esta vez a las combativas aulas telemáticas y con el interino José Antonio Valbuena, que, al igual que Julio Pérez, es obediente hombre de partido. Toca arrimar el hombro y bailar con la fea, aunque continúen las incertidumbres. Docentes, alumnado, sindicalistas y madres y padres a punto de divorciarse no las tienen todas consigo. Cardos en medio de las flores en un pacto que Noemí Santana, Ángel Víctor Torres, Román Rodríguez y Casimiro Curbelo sellaron con savia, que no sangre. Y no es lo mismo. La pandemia pasa factura y Partido Popular y Coalición Canaria maniobran con los silencios del agazapado líder de Nueva Canarias y el imprevisible oligarca de La Gomera que hace y deshace a su antojo, incluso con la hojarasca de Ciudadanos. Digamos, Teresa Berástegui.
Es primavera y las pasiones, más promiscuas que nunca, cortejan a diestra y siniestra. Nadie está a salvo en el jardín y parterres próximos. El revoloteo de Patricia Hernández, por ejemplo, en la Casa de los Dragos, ya no es alegre y distraído. ¿Casualidad que al ex José Manuel Bermúdez le llueva, también, en este momento, café de Colombia? Tejemanejes en donde razón, duda y fe, que siempre ayuda, abonan sentimientos de bien común. Pero los movimientos sobrevendrán, si llegan, una vez pase el verano más canalla y si el funeral insensato de Guía de Isora no nos unta el óleo de la extremaunción. Porque en otoño habremos olvidado el institucional 30 de mayo, la altura de miras y el crespón negro. Las balas confinadas reaparecerán en la recámara. Y a hacer puñetas.