Ilustración: María Luisa Hodgson

París y Buenos Aires en bicicleta es lo suyo. Al igual que Miami en descapotable con una brava mexicana al volante o Moscú, de noche, a lomos de un caballo después de unos cuantos vasos de vodka a pelo. Lo del automóvil beach y lo del jamelgo moscovita te da un aire de 007 o de gilipollas. Depende de la perspectiva, el momento y quien te aguante. En la capital gabacha las dos ruedas contienden, en algunas rúes, con los históricos adoquines de la Revolución. En Montmartre acreces la bohemia y frente a Notredame imaginas a Esmeralda oculta tras una gárgola. Quasimodo no interesa. En Taganana tuvimos al Fenómeno. Junto a Evita, por su parte, bailas un tango a pedales caminito a Puerto Madero. ¿Viste? Pero no todo se atisba sobre ruedas o a trote afarolado. Las miradas distraídas del vacile olvidan las tensiones a ras de allá adonde vas. Realidades más o menos convulsas y, casi siempre, similares a las que paces en tiempo ordinario. Quiero decir, el twerking o perreo menea pelvis aquí y allí aunque el palabro suene global o barriada. El caso es que en la smart tv, rodríguez en julio, me engancho con el gato Blue a la ópera prima de Ladj Ly, Los miserables, mejor película europea en los Goya de 2019 y premio del jurado en el último Festival de Cannes, entre otros reconocimientos. Y me adentro en Montfermeil, un suburbio al este de la Ciudad de la Luz. Abusos policiales, bandas callejeras y mafias raciales dan forma a la violencia, a la soledad, al odio y a la venganza en un entorno marginal, negro e islamista que juega al fútbol que no juegan Mbappé, Benzemá ni el triste Principito. La nueva Europa sin Línea Maginot y la conciencia de una liberté, égalité y fraternité que se escribe sobre el papel mojado de incesantes migrantes que arriban a la playa de Troya o a cualquier costa propicia del Mare Nostrum. Ahora más que nunca el aserto de Víctor Hugo que cierra el largometraje del director francés cobra vigencia: “Amigos míos, retened esto: no hay malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores”.

Ritmos agitados, orgullosos. También en aglomeraciones sin mascarilla de personas asintomáticas que no desarrollan la Covid-19 pero pueden transmitirla. Insensata fuente de contagio. Regodeo en la chovinista Marsellesa: “¡Que tus enemigos moribundos vean tu triunfo y nuestra gloria!”. Será que transitan al margen de la pandemia o en la ignorancia de la sobreinformación. La mocedad y sus botellones y fiestas, en el punto de mira. Graziella Almendral, presidenta de la Asociación Nacional de Informadores de la Salud, advierte que falta dirigirse a la juventud con campañas específicas, mensajes directos y en los ámbitos en la que se mueve. Mientras, la vida se escurre en la algazara irresponsable. Se escapa entubada.

Oportuno y necesario el spot del Gobierno canario, en línea con los atinados de la Dirección General de Tráfico. Realismo y crudeza que conciencia testas tarambanas. Impacta, sobrecoge, acojona la simple reunión familiar que trae de regalo cuarenta días en coma o incluso la muerte en medio del agonizante pitido del monitor cardiaco. La Consejería de Sanidad insiste en la importancia de mantener la higiene de manos, guardar la distancia interpersonal y usar protección individual en ambientes cerrados y cuando no sea posible mantener la separación del metro y medio recomendado. Además, recuerda que en los encuentros parentales solo están exentos de cubrir morro los convivientes bajo el mismo techo. Me apunto al criterio. Eso sí, no pediré cita (que no previa. Todas lo son) para tostarme en Las Teresitas. Prefiero, a la sombra de un ciruelo tacorontero, el encante literario de las penurias y bondades de Jean Valjean. Rayando el sol.

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