Ilustración: María Luisa Hodgson

La visita oficial de Pedro Sánchez a Argelia este pasado mes de octubre soliviantó al monarca Mohamed VI. Desde entonces, las mafias que trafican con seres humanos campan a sus anchas por el Reino alauita ante la vista gorda de la Policía marroquí, lo que ha desencadenado la actual crisis migratoria hacia Canarias. Si bien el contestado ministro Fernando Grande-Marlaska ha intentado apaciguar las aguas con su visita a Rabat, las relaciones entre España y Marruecos no mejorarán mientras el vicepresidente español Pablo Iglesias continúe manifestándose a favor de la celebración del referéndum de autodeterminación en el Sáhara Occidental. Además, la convocatoria hace unos días en la Cámara Baja del Intergrupo de Amistad con el Pueblo Saharaui a instancias del delegado en Madrid del Frente Polisario, Abdulah Arabi, tampoco ha contribuido a allanar el camino.

Desde que el 6 de noviembre de 1975 la Marcha Verde cruzase la frontera del Sáhara español aprovechando la agonía del general Franco (el 3 de noviembre había entrado en coma al sufrir una hemorragia gastrointestinal), el pueblo saharaui lucha por su independencia pese a proclamar en febrero de 1976 la República Árabe Saharaui Democrática, reconocida por más de ochenta estados, en especial africanos y americanos. Tras años de guerra con Marruecos e inicialmente, también con Mauritania, en 1991 se firmó una tregua, estableciéndose la fecha de enero de 1992 para la realización del referéndum (Resolución 690 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas), pero el bloqueo marroquí con el apoyo de Estados Unidos y Francia, y la desidia de los gobiernos de España, que, salvo la reconquista de Perejil y la soberanía de Ceuta y Melilla, no quiere líos con su vecino del Sur, ha impedido su celebración. Sin duda, la riqueza de los recursos mineros (fosfatos, petróleo, gas, hierro, cobre, uranio…) y del banco pesquero canario-sahariano son el mayor, si no el único escollo, para soltar el apreciado territorio de la cultura hassaní.

Mientras, la papa sigue caliente, tanto que el Frente Polisario acaba de anunciar que rompe el alto el fuego debido a los sucesos violentos acaecidos en el paso fronterizo de Guerguerat, que comunica el Sáhara Occidental con Mauritania. Por el momento la tensión no ha ido a mayores y no parece que desemboque en una escalada de enfrentamientos. Más bien ha sido una maniobra para visibilizar de nuevo el conflicto ante la comunidad internacional después de treinta años esperando por una promesa que tiene todos los visos de no querer cumplirse. Papel mojado.

La sociedad saharaui es orgullosa, sufrida y mira por encima del hombro al marroquí invasor, a quien desprecia. Tiene claro que no se recluirá sine die en los campamentos de refugiados de Tinduf ni en el área liberada al este del infame muro de cerca de tres mil kilómetros que divide el País. Empeñada estas últimas décadas en la vía diplomática ha asumido, sin descartar nunca la disputa armada, que debe contender en la zona ocupada desde la resistencia. Y no está sola. Con la periodista Herminia Fajardo, al frente en su día de la Asociación Canaria de Amigos del Sáhara, descubrí el activismo que desde las Islas se realiza por la causa, aunque, a veces, dé la impresión de que se clama en el desierto. La justificada vocación europeísta del Archipiélago nos aleja de la costa africana más cercana y de los vínculos que esta tierra mantiene con el Sáhara. Así las cosas, ahora toca acoger a las personas migrantes que arriben en patera. La ruta atlántica está más despejada que nunca. El Ministerio de Migraciones habilitará con carácter de urgencia campamentos con seis mil plazas en Fuerteventura, Gran Canaria y Tenerife. Es la consecuencia de la macropolítica, de manos que mecen cunas fuera de nuestro control. Y con el lirio a otra parte.

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