Ilustración: María Luisa Hodgson

 

Barry Gibb es el único vivo de los Bee Gees tras el fallecimiento de los gemelos Maurice (2003) y Robin (2012), y del pequeño de la familia, Andy (1988), que no superó las secuelas que le dejó su adicción a la cocaína. Este último no formó parte del grupo musical y su corta y exitosa carrera como cantante, ídolo de adolescentes, fue en solitario. No obstante, en algún concierto sí acompañó al Trío. En el magnífico documental The Bee Gees: How Can You Mend a Broken Heart (2020), dirigido por Frank Marshall, Barry confiesa que cambiaría el éxito de los Bee Gees por estar hoy en día en compañía de sus hermanos menores. Lazos de sangre que afianzaron en falsete uno de los grupos más longevos de todos los tiempos. Su última actuación fue en el año 2001 después de que su carrera artística comenzase en Australia en 1960. Talento y sueños alcanzables hasta que en 1967, entre otros tops, llegó el gran éxito Massachusetts. Luego, en 1977, las canciones que compusieron para la película Fiebre del Sábado Noche con John Travolta los encumbró como reyes de la incipiente música disco. Todavía hoy es uno de los álbumes más vendidos de la historia. Imposible olvidar los contorneos de Tony Manero sobre la pista, emulados desde entonces por pechos lobos más o menos hirsutos y marca paquetes notables y festivos. Solo la pelvis de Elvis es más resuelta.

Confieso que tenía aparcado a Barry, Robin y Maurice, pero cuando la segunda entrega de Expediente Warren: El Caso Enfield (2016) incluyó en extradiegética la canción I started a Joke (Comencé una broma) reverdecieron ritmos aparcados, amores en conserva. Caló hondo que Ed and Lorraine abandonasen la casa endemoniada de Peggy Hodgson con la balada de Bee Gees. El demonólogo y la clarividente devolvieron vinilos del más allá al más acá. Y de repente, Too Much Heaven.

Los Bee Gees actuaron mientras la vida les quiso. Aguantaron tanto juntos porque eran brothers bien avenidos (Maurice solía poner paz entre Barry y Robin) y porque no enredó ninguna Yoko Ono. En Tenerife, por su parte, la banda Los Sombras, que entusiasmó a la muchachada yeyé de finales de los sesenta, duró poco pues se disolvió en 1970, igualmente sin el enredo de ninguna Yoko Ono, a raíz de compromisos laborales, fines de carrera y el servicio militar de alguno de sus componentes. No obstante, la ligazón era fuerte y cincuenta años más tarde prepara la vuelta al escenario ensayando todos los viernes en La Tahona, la casa que Poli Mansito tiene en Güímar. La formación de Los Sombras que más relieve adquirió, por ser la de los últimos años y la más profesionalizada, fue la que integraron el propio Mansito, Paco Urbano, Fernando Foronda, Pepe Rancel y Manolo Santana. Aparte, de igual forma, tocaron César Rodríguez, Carlos Guigou y José Víctor Afonso.

Estos viejunos jubilados y rockeros barajan el regreso para finales de año o enero de 2022 en el Auditorio Adán Martín de la capital tinerfeña. Y, al contrario del buen Barry, no están solos. No huele a tristeza. Tienen la suerte de que sus ambiciones aún pueden volar. Es como si nunca se hubieran ido. Espera para que en la platea meneen cintura cientos de personas apretadas y nostálgicas que, seguro, bailaron con los Bee Gees. Las estaciones pasan rápido. En un rasgue de guitarra, en un acorde de teclado.

Mañana es domingo y será el turno de Bigote García. Nuestra banda de corazones cálidos, picantes y amantes, ensayará en La Laguna, en la orilla de un próximo bar. Prepara su puesta de largo para el otoño de pandemia. Toques libertarios y universales también para el patriarca, ese solitario empapado de trova que hoy suena a destiempo.

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