Ilustración: María Luisa Hodgson

Probablemente, lo que más ha trascendido de la reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se desarrolló en la ciudad escocesa de Glasgow fue la contundente y estentórea manifestación de Greta Thunberg: “Ya está bien de bla, bla, bla. Pueden meterse la crisis climática por el culo”. La activista medioambiental se ha apuntado al exabrupto consustancial a la naturaleza rebelde de la mayoría de edad, al mal humor inherente al pavo que, en ocasiones, se extiende hasta los 18 o 19 años. O sea, irascibilidad hormonal, no tristona tras apercibirse del vuelo alicaído de la mariposa estacional de Pablo Neruda: “Hoy una mano de congoja / llena de otoño el horizonte. / Y hasta de mi alma caen hojas”.

El calentamiento global calentó y calienta a la joven sueca que ya ha dejado atrás su quinceañero hashtag #FridaysForFuture. Lo de saltarse las clases de los viernes ya no mola. Ahora toca dar por saco a las personas mayores que, con o sin sentimiento de culpa, no paran de consentirla. Entre otras consideraciones, ha sido nominada dos veces al Premio Nobel de la Paz, la revista Time la eligió Persona del Año en 2019 e, incluso, el Dagens Nyheter, el mayor diario de Suecia, la nombró redactora jefa por un día.

Pese a los desvelos de la líder ecologista, que recibe la bendición del papa Francisco y pone firme al gremio dirigente mundial, el mensaje que abandera no llega a la juventud que pace en nuestro territorio atlántico en donde algunos autores griegos situaron al mítico y paradisiaco Jardín de las Hespérides, ninfas que custodiaban las manzanas de oro que crecían en los árboles. La combativa militante no conecta lo suficiente con una, en general, desconcertante pibada patria que, mientras en el salón de casa y en el aula defiende con vehemencia el bienestar de las ballenas piloto, hormigas y podencos, luego, en el monte, de chuletada, olvida la defensa del entorno natural. Es la flojera de una generación ofendidita (Cultura de la Cancelación) e incoherente, muchas veces, con lo que predica.

Los frutos dorados de aquel vergel idílico ya no tientan a Hércules, maldiciente del basurero en el que se ha convertido. Basta una Fuga de San Diego para que el concienciado alumnado de ESO, Bachillerato y Universidad descuide el compromiso con el ecosistema inculcado por la compañera Thunberg. Basta una escapada pactada y sin encanto a la sombra de los pinos para que kilos de vasos y platos desechables, botellas de cristal y plástico, laterío, cajas de tabaco, bolsas, meadas (“Las verás lentas o precipitadas, / tristes o alegres, dulces, blandas, duras”, cantó Rafael Alberti)… siembren de espanto, por ejemplo, el paisaje del parque de la Mesa Mota en el municipio de La Laguna. Las “palabras vacías” de la clase política hostigada por la malencarada nórdica se presentan, también, entre el estudiantado, ora reivindicativo, ora indolente. Con estos bueyes.

Con estas criaturas cada vez más adocenadas gracias a políticas educativas que, en vez de infundir la cultura del mérito y del esfuerzo responsable, siembran melones y melonas ante el hartazgo de una desalentada comunidad docente que no ve la hora de mandarse a mudar. Se trata, argumenta la ministra Tristeza, de salir al paso de la “preocupante” tasa de abandono escolar en el conjunto de España: un 16 % (18,2 en Canarias), mascarada que promueve la salida al mercado de una población activa mediocre condenada a empleos de baja cualificación, paro y desánimo.

“Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver! / Cuando quiero llorar, no lloro… / y a veces lloro sin querer… / ¡Mas es mía el Alba de oro!”… Conforta la primavera de Rubén Darío.

Archivo