Ilustración: María Luisa Hodgson

De un tiempo a esta parte viajar a la Gran es un motivo de satisfacción. Será porque su nivel gastronómico ya no tiene nada que envidiar al que tiene Tenerife. Las estrellas Michelin de los restaurantes La Aquarela y Los Guayres, en Mogán, y Poemas by Hermanos Padrón, en el Hotel Santa Catalina, así lo atestiguan. Además, sus catorce soles Repsol son también un reclamo para disfrutar del buen comer y beber. Precisamente, en breve me acercaré de nuevo a tierras de Guanarteme para saborear la propuesta del Cuernocabra del cocinero Safe Cruz, con estrella en Madrid gracias al restaurante Gofio. En cuanto a la oferta hotelera de lujo, está a la altura de la de Nivaria. Hace unos días me hospedé en el Lopesan Villa del Conde y la crítica no puede ser más que satisfactoria. Espléndido el trato, magníficas las instalaciones (espectacular el thalasso) y soberbio el menú degustación del restaurante Ovo, comandado por el chef Marcos Suárez (formado, entre otros, con el viejo y sabio Carlos Gamonal) y el jefe de sala, Hipólito Santana. Pasear, además, por el paseo marítimo hacia las Dunas de Maspalomas, bajo el ojo avizor del Faro, fue una delicia.

La estancia en el Villa del Conde propició conocer, asimismo, a la diseñadora Elena Morales, ganadora del premio a la mejor colección sostenible de 2021 en Gran Canaria Swim Week by Moda Cálida. Inquieta, soñadora, vibrante, comprometida, inspiradora… resultó fácil caer en sus redes. Seductora, embelesó, hechicera, al objetivo del fotógrafo Gerardo Valido, guerrillero en mil shootings de postín. Buena gente en Gran Canaria.

Antes era más de Fred. Olsen y luego, guagua desde Agaete hasta la plaza de Santa Catalina. Ahora soy más de Binter. Será por las ambrosías. Las actuales llevan un envoltorio que promociona los nuevos destinos de la aerolínea presidida por Rodolfo Núñez. Y hete aquí que en el susodicho de una de las crujientes chocolatinas el nombre de la ciudad y provincia de A Coruña (sic) luce solitario, bravucón. Diríase que suficiente para echarse al Mundo por montera. Y uno, que es como Dios me hizo y de mi madre y de mi padre, y de las cicatrices y del barro del camino, no llego a entender por qué el topónimo se escribe en gallego cuando Binter es más canaria (y castellano parlante) que las papas arrugadas con mojo y una alpispa junto a la acequia. Será que mejor ser golondrina que drago, pero no se justifica. Será que se deja llevar por la corriente de periodistas conformistas de aquí y allá que escriben y hablan en medios de comunicación, diríamos, acomodados y poco exigentes con el buen uso de la lengua, o que sucumbe a la epidemia del postureo tal de publicistas y copywriters (manda eggs) muy cools a la hora de plasmar el negro sobre blanco. Seguramente será eso. El caso es que acudo a la Fundación del Español Urgente (Fundeu), que es como El Libro Gordo de Petete, y leo que la manera apropiada en castellano de referirse al nombre propio de este lugar de la comunidad autónoma de Galicia es La Coruña y que solo hay que usar (por ley) A Coruña en los documentos oficiales de ámbito estatal. Bien es verdad que podríamos considerar a las ambrosías un alimento representativo de España con membrete y póliza, pero va a ser que no. Por si acaso, por eso de curarse en salud, consulto el Manual de Estilo de Radiotelevisión Canaria, escrito por Humberto Hernández, y compruebo en la página 82 que el catedrático de la Universidad de La Laguna comparte criterio con la Fundeu. O viceversa.

De igual forma, aplicamos esta regla a Ourense (Orense), Girona (Gerona), Lleida (Lérida) o Catalunya (Cataluña). Y, por extensión, a London (Londres) o New York (Nueva York).

La anécdota toponímica presente en la rica ambrosía de Binter es una muestra más de la tontería que envuelve a este país acomplejado con la marca España, bien por ignorancia o pusilanimidad.

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