Ilustración: María Luisa Hodgson

Cuatro meses después. Cuatro meses después de la tragedia las hienas saltan sobre Grande-Marlaska, otro juguete de pimpampum en la cochambre de la política, territorio hostil y erótico, campo abonado para personajes que gustan de la vana complacencia y del poder (maldito). Maldita podredumbre. El bien común viene después (actor secundario). El afán de servicio sin esperar nada a cambio es una entelequia en la España nuestra que cantó Cecilia, la de la piel amarga. Esa misma de las filtraciones a la prensa cómplice con material que compromete y enciende mechas de vendettas que no buscan libertad y justicia sino miserias. ¿Qué más da que las personas muertas de Melilla cayeran a este lado o al otro de las concertinas? ¿Por qué perturba la estadística de ahora y no otras? Perversas maniobras de palacio. ¿Por qué rasgue de vestiduras por unos seres humanos que perdieron el aliento el 24 de junio y la vida sigue igual ante quienes quedan a la deriva cualquier día en aguas canarias o en cualquier agua? ¿Se trata de cerrar filas en torno al ministro, acosarle y derribarle o afrontar con responsabilidad y humanidad, de una vez por todas, el drama global e imparable de la migración? ¿Qué es lo importante? ¿La fatalidad de morir en una avalancha que desborda entre guardias civiles y gendarmes es más fatalidad que morir entre olas y sirenas o en medio del desierto o a manos de la mafia? Las muertes en la frontera son iguales. Son muertes desesperadas, frágiles… Muertes sin nombre. ¿Qué saben sus señorías indignadas de las historias que hay detrás de cada mujer muerta, de cada hombre muerto? ¿Qué saben de sus familias, de los llantos, de los sueños que no alcanzaron, de los rostros desencajados, de los últimos suspiros? ¿Qué saben? ¿Importa? ¿Qué saben de cada niña muerta, de cada niño muerto? ¿Qué saben de un bebé que flota en el océano del olvido?

Sus acomodadas portavocías y demás fauna instalada claman en el primer mundo por los derechos humanos, los valores democráticos y la dignidad del dolor, la lucha y la supervivencia. Exigen respuestas oficiales para satisfacer preguntas oficiales que no cambiarán nada la desamparada realidad al oeste del Pecos, el día a día de miles de almas desheredadas cuyo único pecado es querer vivir lejos de las letrinas, la inmundicia, el hambre, la barbarie… En esos cueros yo también cogería carretera y manta por un puñado de euros o dólares. Dejaría atrás el polvo del catre para adentrarme en la incertidumbre de otros polvos que pintan mejor cara pese a maras, mares, tratas y fosas de por medio. Huiría de la condena de nacer castigado.

En el circo, el ministro del Interior se muestra tranquilo, la popular Cuca Gamarra no ve la hora de que el juez en excedencia comparezca en sede parlamentaria para aliviar desazones, Enrique Santiago (Unidas Podemos) cuenta fallecidos, Jon Iñarritu (EH Bildu) busca evidencias, la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, juega a dos bandas, la ministra María Jesús Montero exhibe la consternación del Ejecutivo y Pedro Sánchez agita el mayor espectáculo para que Oriol Junqueras pase, vea y vuelva a la arena.

Por momentos, la estampida de dos mil migrantes que corrieron desde el monte Gurugú hacia la valla de Melilla una mañana de verano, como si fuera una secuencia de Guerra Mundial Z, pasa a un segundo plano; que doscientas criaturas se encaramaran a la alambrada y que esta se derrumbara deja de ser prioridad; que cinco agentes de la Benemérita cambiasen de color es baladí; que cuerpos inertes (vivos y sin vida) cayesen a plomo en tierra de nadie o en suelo patrio (tanto monta) es un asunto que ya Meritxell pondrá en el orden del día cuando proceda.

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