Ilustración: María Luisa Hodgson

Las entrañas del Planeta Azul han vuelto estos días a estar de actualidad después de que Julio Verne destapase en 1864 el tarro de las esencias del centro de la Tierra. Los culpables de la nueva intromisión en lo más íntimo del ser terráqueo han sido los investigadores Yi Yang y Xiaodong Song, del Instituto de Geofísica Teórica y Aplicada de la Universidad de Pekín. Resulta que acaban de publicar en la revista Nature Geoscience, tras estudiar cientos de terremotos, que el giro del núcleo de la Tierra se ha ralentizado, al tiempo que ha empezado a girar en sentido contrario. O sea, hacia el oeste. O sea, podría influir en el clima, en el nivel del mar y en la duración de los días. O sea, el corazón de hierro y níquel también estaría detrás del cambio climático para desconcierto de Thunberg y fauna apocalíptica. De todas formas, no hay que echarse a temblar. Resignación cristiana o atea. Después ya se verá. Las criaturas no podemos hacer nada contra la hecatombe y las siete plagas. El plancton en medio del océano es una comparsa. Ja, ja, ja. Me río del antropocentrismo, de la adulación y del ombliguismo. Polvo somos. Hoy estás en la vip de la discoteca y mañana duermes en el trullo por presunto imbécil macho alfa. Qué necesidad la cáscara amarga, la hijoputez. Mejor emplear palabras con bandera blanca, las que utiliza el periodista Daniel Cerdán, reciente premio Patricio Estévanez. Mejor sentarse junto al río para ver pasar flotando el cadáver de tu enemigo. Ja, ja, ja. Tampoco es eso. Mejor ansiedad por tenerte en mis brazos, por tener tus encantos. Todo se andará.

El cataclismo, el fin de los dinosaurios, que los hay, y de la modernidad, puede llegar, además, a causa del choque de un meteorito contra la Corteza mundana. Si acontece será la debacle para la Especie, aunque consuela que una minoría afortunada colonizará la Luna, Marte o asentará posaderas en un Arca de Noé espacial. Artemisa, el programa de la Nasa concebido para volver a pisar el Satélite natural, ultima motores por si acaso. En fin, proyectos cósmicos para una ciudad en las estrellas sin La La Land. Ciencia ficción (o no) que convive con un nuevo asesinato en nombre de Alá, el despliegue de carros de combate Leopard y escrache podemita. Triste Elisa, víctima de la sectaria barricada, antípoda a la gentil bagatela de Beethoven. Dime de qué presumes y te diré. La niña acampa en su universo ad hominem. Ya crecerá y se dará cuenta de que la uniformidad de los umpalumpas se vino abajo cuando el Muro de Berlín cayó por su propio peso.

Hastían las luchas con espinas por imperfecciones ideales. Agotan cerrazones, razones, soflamas en la implacable cuenta atrás que no solo avanza en el libro del Apocalipsis. Las manecillas de la tragicomedia se mueven, impasibles, en el Reloj del Fin del Mundo de la Universidad de Chicago, tictac que echa fuego por las amenazas disruptivas que amenazan los buenos días, las buenas tardes y las buenas noches. La comunidad científica atómica se apunta al alarmismo y advierte de que el riesgo está en su máximo histórico. Glub. Marketing del miedo que incendia titulares. No obstante, por aquí me entra, por aquí me sale. Difícil, si no imposible, domesticar peinados, estilismos y kamasutras. A mi plin mientras no sienta el aliento en el cogote. Sin sangre en las heces no hay colonoscopia.

Aunque pinten bastos y no todo el campo sea orégano no es saludable vivir en la angustia. Fácil hablar. Es verdad, pero aquí estamos de paso. Tarde o temprano. Así, mientras llega el desenlace y no hay trastorno mental u horror próximo que requiera acción inmediata, la letra del yo y mis circunstancias se escribe más a gusto en la serenidad de lo corriente, en la calma de la certeza, en la reflexión de lo relativo, en la honestidad del hacer, en el buen humor.

La vida.

 

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