Ilustración: María Luisa Hodgson

Un estudio de la Universidad de Toronto concluye que consumir excesiva información política afecta de forma negativa a la salud mental de las personas. No extraña, entonces, que la sociedad española, sumergida en la intolerancia ideológica, esté cada día más trastornada en sus posiciones polarizadas. Perversa rueda de dientes afilados que calienta a las hordas y cansa a la moderación. Normal que buena parte de la población mundial (no solo en España cuecen habas) desista de consumir noticias en los medios de comunicación, un 35 por ciento según el último informe del Instituto Reuters. Hartazgo, cerrazones pastoriles que derivan en una infoxicación, en un progresivo decrecimiento de la confianza en el periodismo.

El pesimismo, la desdicha, las miserias humanas son tendencia. Quejarse es tendencia. Criticar es tendencia. Generar división social es tendencia. Buena parte de la profesión periodística cree que solo está para contar lo que no funciona, para denunciar con bravura. Así lo confiesa un avezado plumilla de columna. Pólvora seca, doliente, bronca dirigida hacia el estallido. Discurso, en ocasiones, amparado en misiones salvapatrias que dicen sostener la democracia. Engreídos empaques. Deja que me ría.

Deja vacunarme, empaparme del viento fresco que hace unos días sopló en la Universidad de La Laguna, en las V Jornadas de Innovación en el Periodismo. Inyección vivificante contra la incertidumbre, la preocupación, el martilleo, lo deprimente, el hartazgo. Amargas batallas en la cultura del miedo, como subraya Alfredo Casares, director del Instituto de Periodismo Constructivo. Con él, frente al Cuarto Poder, me apunto al liderazgo social, al papel que genera espacios de conversación orientados a construir futuro. La clave, sostiene el colega, está en activar una respuesta consciente que vivifique el sesgo negativo que tienen los medios y su complacencia en el conflicto separador. Soluciones frente al titular que retoza en el ridículo mundial. ¡Cómo está el Mundo!

Preferible buscar respuestas a los problemas sociales, dialogar para comprender, buscar lo que une, inspirar, descubrir en lo contrario. El periodismo no es una profesión puñetera ni tampoco de escaparate, prepotente, frívola. El periodismo es servicio. Saludable innovar, suscitar nuevas perspectivas, desafíos, abrazar para promover impactos positivos. Vida interior. La que envuelve el oboe de Gabriel. El periodismo (y todas las cosas) no es acostumbrarse. Aprender a conocer, aprender a ser, aprender a hacer, aprender a convivir, aprender, también, a tener un pensamiento crítico. No es buenismo. No es un diario, un noticiero de buenas noticias. Es escuchar alto y celebrar los éxitos. Es volver a las personas y junto a ellas escapar del ruido polifónico que lesiona el tímpano. No perderse. Supone, experimentamos con la profesora Malgorzata Kolankowska, arrimarnos a la ternura, al arte de personificar, a compartir sentimientos, a evidenciar similitudes. La ternura es la forma más modesta del amor, dice, queriente, la docente de la Universidad de Wroclaw (Polonia). A ella me acerco. Y con ella retomamos el periodismo lento, sosegado, sensible.

Parar, mecer el tiempo, es no tratar a la gente como un producto, como un juego de pimpampum. La excesiva velocidad pone el acento en lo food, en la ninguna parte de la vacía y persistente desazón. ¿Y si hacemos posible el elogio de la lentitud? El escritor y periodista Carl Honore asienta fundamentos para con pequeños y reflexivos pasos secundar la realidad más humana, la existencia unida al dolor y a la muerte. Estamos de suerte. Comprendemos que a la vida hay que mirarla con serenidad y buena cara pese a que, muchas veces, no tenga buena cara.

Innovación para querer, defender y dignificar el periodismo. Optimismo, mimos, cuidados que planchan las arrugas del traje arrugado en la tensión y con quemaduras de pitillos ansiosos. Raíces contra bocas salivadas en la crisis infinita.

Archivo