¡Ay!, Martín. Todavía no he soltado lágrimas por ti. Me extraña. De un tiempo a esta parte estoy sensiblero. Es el paso de los años. Es la melancolía y la esperanza. Es la certeza del amor frente a la guerra. Es el calendario pegado.
¡Ay!, Martín. Estaba rico el vino blanco y el vino tinto que nos pegamos el martes en El Sauzal. Apuramos las botellas hasta la última gota. Tú no estabas, pero Ángela contó la gravedad. Luego llegó la mala noticia. Por la noche escribieron que te fuiste. Congoja y señal de que hay personas que mueren y no mueren. Ya me entiendes, Martín. Lidiaste con mucha gente que si muere no muere.
Nos hubiéramos reído, Martín. Esa tarde nos hubiéramos reído. Hablamos de cosas serias y mundanas, de los culos que pintaba Úrculo y del sexto sentido. El que tienen ellas cuando se sienten observadas, también por la espalda. Ja, ja, ja… Nos hubiéramos reído, Martín. Tú no hubieras sido extraño en el almuerzo de artistas y gente querida, de aquí y acullá. Nos sentamos en torno a una mesa paritaria amante del queso y la trufa. Aroma, además, a pan de trigo de barbilla. Tostado. Cocina con vistas, aderezos y un poquito de calima. Hay que tener cuidado con el tiempo del arroz y sus hervores, como los de un baño caliente. Las manos no temblaron. Fuego lento y acordes.
Déjame que te cuente: un lagarto atontado sin cola (fue el gato) espabiló y, torpe, se escondió entre el picón. De sopetón, en medio del gozo de la Bialetti, de la Tarta de Santiago y de las fresas cortadas, el marino de Lanzarote destapó burbujas. ¡Boom! El capitán con barba, manos de escultor y tez costera agitó la armonía. Ja, ja, ja… ¡Bravo! ¡Viva! Chinchín y una se rompió. Sol y sombra, azul, ocre y una pérgola. Aún quedaba mermelada casera. ¡Ay!, Martín. Todavía no he soltado lágrimas por ti.
Tardeo y remembranzas del Tío Julián. Ojo de cristal y puntos cubanos. Tú de eso entiendes, Martín. Trajiste en guagua a Tenerife sones latinos, músicas mestizas y compromisos oceánicos sin plásticos entre calderones, pejes verdes y tamboriles en aguas de San Borondón y las nueve islas de Poldo Cebrián. Ahora estás en el Caribe tocando esquinas suavecito. Piña colada, palabras, páginas, titulares. Y una canción imperecedera. Del puente a la alameda. Historias, piel de gallina, compromisos, madrugadas en vela. La rotativa no espera. Tu periodismo echó raíces en la tierra fértil del puerto atlántico. Ambiciones que bebieron en su vanguardia. Soles en Santa Cruz. Y una firma al alimón: Carmelo Martín. Sueños afortunados.
No recuerdo en qué momento. El caso es que juntamos las manos. No hay templo, sí un árbol en flor con tronco doblado y asiento a su pie. Casi primavera. Las ramas de derecha e izquierda darán buena cosecha de aguacates en verano. Pasamos por alto la ideología clientelista. Otros catecismos. Nos quedamos con las personas, el frutal y el sentimiento. Riqui-Raca. Hasta que nos llegue la hora, hasta que el sudor de Claudia Cardinale nos paralice el ritmo cardiaco, hasta que solo quede la última bala, la ofrenda y el llanto.
Y mañana, Martín, no sé. Quizá mañana baje al bajío de Punta del Hidalgo. No sé. Dicen que en el rompiente de su horizonte la incertidumbre de la soledad se hace pequeña, que la oración reconforta y la vida canta en el callao y en la espuma del silencio. No sé si merece la pena la lírica del corazón si en un suspiro. El tiempo es un accidente sensible que Dios dispone. Huellas de lágrimas en el papel.