Ilustración: María Luisa Hodgson

Los significados de los vocablos machirulo y perreo ya se pueden consultar en el diccionario de la Real Academia Española. El primero califica a quien exhibe actitudes machistas, mientras que el segundo es el baile que se ejecuta con eróticos movimientos de cadera, generalmente a ritmo de reguetón, ese género musical que avienta letras machistas y tanto gusta a la contemporánea juventud ofendida, reivindicativa y enganchada a la terapia psicológica. No extraña. Perrear al ritmo de cantantes machirulos y enarbolar, al tiempo, banderas de igualdad de género, confirma inconsistencias, perturbaciones y blanduras intelectuales.

En medio de la confusión, la RAE asienta su comportamiento machirulo al mantener el masculino genérico para mencionar a mujeres y a quienes, por ejemplo, se identifican con el género no binario. Obcecada, no da su brazo a torcer. Se resiste a asumir que escribir y hablar con lenguaje inclusivo de género es posible. Además, no es necesario incorporar el neomorfema e (o sí. Ya se verá en el futuro) para incluir a cualquier persona, camine por donde camine. Basta examinar este artículo.

Ante el reiterado inmovilismo de la Real, nos preguntamos, por eso de lubricar el esqueleto, si su presidente, Santiago Muñoz, y la responsable del Instituto de Lexicografía, Elena Zamora, habrán perreado bajo el chundachunda reguetonero de Maluma.

Bromas aparte, considerando el andar de la perrita, no parece que la RAE contemple actuar a corto o medio plazo contra el uso del masculino genérico. Y es que salvo presiones del colectivo LGTBIQ+, sobre todo para incluir la e, y el postureo de la clase política en el desdoble o/a (incluso o/a/e), la comunidad hablante, que es la que marca la pauta en la pervivencia de voces nuevas y en el uso del lenguaje, no está por la labor.

Si ya cuesta redactar con corrección, incluso entre periodistas y profesorado (se sorprenderían del, en general, pobre nivel exhibido), incluir fórmulas que velen por la igualdad de género sin contravenir la gramática es una entelequia. Emplear el pronombre relativo quienes, utilizar metonimias, perífrasis, sustantivos epicenos, abstractos, colectivos… y demás alternativas no sexistas resulta muy complicado. Estudiar y coger hábitos saludables son conductas poco habituales en esta sociedad parva en la cultura del esfuerzo.

Ante la realidad descrita no extraña que España haya obtenido recientemente los resultados más adversos en el Informe PISA desde 2000 (primer año de publicación), en especial en comprensión lectora. El estudio se realizó con estudiantes del último curso de la Enseñanza Secundaria Obligatoria (15-16 años). En cuanto a Canarias, más de lo mismo: el índice de lectura del alumnado de las Islas, paraíso de sol y playa, se sitúa once puntos por debajo de la media nacional. Es la quinta Autonomía por la cola, por delante de Cataluña (¡quién la ha visto y quién la ve!), Andalucía, Melilla y Ceuta.

No leer envilece y cercena el pensamiento crítico, aunque luego, con descaro, se opine a la ligera. El abuso en el consumo de redes sociales tiene buena culpa, así como la reiterada intromisión de los gobiernos de turno en el sistema educativo. De vergüenza. Por otra parte, la empanada mental del lobby pedagógico ha acabado con la paciencia del cuerpo docente, cada vez más harto y desilusionado.

El día después pinta bastos. No parece que esto vaya a mejor. Y solo con el compromiso de profesionales que claman en el desierto no es suficiente. La palabra, en contraposición al Mundo polarizado dominado por lo audiovisual, está en crisis. Ya lo predijo en 1953 el escritor Ray Bradbury.

Perrea, perrea.

Me apoyo en la armonía de tu aire frente a la nada. En las letras ordenadas imagino la inmortalidad. Preciso verlas.

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