La Consejería de Educación espanta a la comunidad docente canaria. En ella vive el gran inquisidor al frente de la Santa Inspección Educativa. Su objetivo: dar la razón al alumnado aunque no sepa hacer la o con un canuto y a la ascendencia (guárdame un cachorro) que solo tiene ojos para sus monas criaturas aunque vistan de seda.
Consciente de la debilidad el profesorado no se complica la existencia. Que el niño, la niña, lo niñe, la mamá, el papá y otras hierbas amenazan con presentar una reclamación en la Consejería porque quieren un cinco pese a que la nota final sea un dos veinticinco, pues adelante. Y que San Pedro y el sursuncorda se lo bendigan. ¡Qué necesidad! El personal ya tiene bastante con las competencias, los criterios de evaluación y demás majaderías. Como decía un sabio profesor: «Ya los suspenderá la vida».
La Consejería quiere aprobados para que las estadísticas luzcan. Y si no, se pasa de curso con suspensos. Es la consigna que evita dolores de cabeza. No importa la preparación. Tanta obsesión por la burocracia pedagógica y la realidad es que buena parte del colectivo de estudiantes que ha superado de aquella manera la Enseñanza Secundaria Obligatoria y el Bachillerato llega verde a las facultades y escuelas tras superar la EBAU, organizada y corregida por colegas de la Universidad de La Laguna. En casa de herrero cuchara de palo. Es tónica habitual, por ejemplo, que quienes se matriculan en los distintos grados de la ULL no sepan redactar un texto con las mínimas garantías de éxito en sintaxis y ortografía.
Según un informe del Ministerio de Educación hecho público recientemente, el 27,5 por ciento del alumnado canario de cuarto de la ESO pasó el curso 2021-22 con asignaturas suspendidas. Y lo que es más grave: el 38 por ciento está por debajo del nivel competencial mínimo, cuando la Unión Europea pide no superar el quince por ciento. Triste tendencia a la mentira, al estancamiento, a la fosilización de las ideas, escribió Pío Baroja en El árbol de la ciencia. Y no consuela que otras autonomías de España (Castilla La Mancha o Extremadura) también presenten cifras similares. Tanto especialista, tanta letra grande, para esto. Llueve sobre mojado.
Mientras, en la Enseñanza Superior, en medio de la torpeza institucional, las miras altas son pocas. El esfuerzo estudiantil se reduce, en general, al cumplimiento, a pasar el expediente con su correspondiente dosis de queja. Cuesta la rebeldía, el amor al servicio, proponer un cielo azul frente a lo grisáceo. Contribuir con el talento propio a que la sociedad sea más próspera y saludable choca con la obsesión reduccionista a la mera búsqueda de trabajo. Sin más.
El título universitario solo garantiza presentarse a las oposiciones que requieran este documento oficial. Para lo demás, lo único que vale es ser competente en el desempeño profesional y tener buena actitud. El mundo empresarial lo tiene claro.
Y en el desorden, en el desconcierto, en el error, en lo angosto: autocrítica positiva. ¿Quién dijo que iba a ser fácil? A llorar al valle. En la calle hace frío. Es tiempo de reciedumbre, de armar causas no perdidas, de tender la ropa y que se escuche, de afrontar retos apasionantes lejos de dimes y diretes. Oídos sordos a la mediocridad dueña de la lástima y de bibliotecas vacías. Criterio contra el engaño. Extintores que apaguen amarguras. Sentido común que aparte lejos salvapatrias de pacotilla y carnet.
Inmerso en el inconformismo, no sé si mañana mojaré los pies en el Misisipi. Bailar en el carnaval de Nueva Orleans y leer de nuevo a Mark Twain es no resignarse al mismo palo del gallinero, es sentir que sigues encendido en el trajín de certezas y dudas.