Ilustración: María Luisa Hodgson

Ahora que Norberto Chijeb se jubila de la Redacción de Diario de Avisos, el ejercicio del periodismo y sus bastidores llaman de nuevo a la puerta para avivar sensaciones, aquellas que impulsaron una vocación tras la lectura, hace mil años, del libro El Mundo en mis manos de Pedro Jota y Marta Robles. Y más recientemente, después de devorar Contar la verdad de Bieito Rubido y El Director de David Jiménez. Con este último, por cierto, cenaré mañana domingo en La Laguna. El periodista (exdirector de El Mundo) será protagonista el lunes, 11 de marzo, de las VI Jornadas de Innovación en el Periodismo que organiza el Laboratorio de Comunicación de la Universidad de La Laguna.

En la actualidad uno se espanta por poco y relativiza mucho. El cuerpo a tierra de la profesión ya no eriza la piel. Atrapa la enseñanza y otros manejes profesionales más plácidos para organismo y espíritu. Las nuevas hornadas andan flojas y despistadas ametralladas por la desinformación automática, la espectacularización de la noticia y la invariable memez. Por eso no está de más exponer las cosas claras sin medias tintas ni paños calientes. Y también, si tercia, disfrutar con el maravilloso falsete de Robin Gibb.

Veo a colegas solemnes, a señoros estirados, a señoras pontificantes, a seres apocalípticos y estómagos agradecidos. Veo luminarias acongojadas, resistencias chifladas, portavocías cínicas. Veo que de perfil todo sigue igual. Incluso, el flequillo no ha cambiado. Veo a mi niño frágil colgado del balcón. Y a tantos y a tantas. Analizo paciente la Inteligencia Artificial y escapo de talk shows infames. En el fondo, no descubro nada que quiebre el corazón.

El juego del poder, las calles del Monopoly, los almuerzos reservados, la política y la prensa persisten con sus planes. El teatro no baja el telón. Los hilos que manejan marionetas continúan impasibles en el torreón de tramoya. Idénticos perros. Fuera, por cierto, hace tiempo que el viento sopla a su aire sin tener en cuenta suspiros y lamentos. Cruzo la calle abrigado. No me la dan con queso. Vivimos en una sociedad de locura empeñada en diseñar el presunto futuro. Será el benceno. Le preguntaremos al hombre cohete.

La maraña mediática se enreda cada vez más en el sexy establishment con sábanas de satén. Los favores orbitan en un firmamento de intereses siete días a la semana en negro sobre blanco, pantallas y ondas. Los pies no se quedan quietos en el circo de la democracia ¿Bailas, muñeca? La libertad de expresión se zarandea con las mejores intenciones. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. En el nombre del padre. ¡Oh!

Y en el sepulcro blanqueado, Televisión Española contraprogramará a las hostiles hormigas de Pablo Motos con La Resistencia de Broncano (Movistar Plus+). La Corporación pública, siempre bajo la lupa del Gobierno de turno, echa la casa por la ventana con el dinero de la ciudadanía hispana: entre doce y catorce millones de euros por temporada. Se trata, un suponer, de que españolitos y españolitas averigüen después del Telediario cuánto follan a la semana las celebridades invitadas. ¿La próxima vulgaridad? ¿Qué valor aporta cuantificar la intimidad? Luego nos espantamos ante el aumento del consumo de pornografía entre la adolescencia y el incremento de la violencia machista. Solo objeto y carne. El crujido del esqueleto. Resultados inmediatos que ensucian la libertad de la belleza y la verdad. Sin mojigaterías.

El lunes, con David Jiménez, en la Pirámide de Guajara, me reconciliaré con el periodismo de calidad, con el primer director de España que, acogiéndose a la cláusula de conciencia recogida en la Constitución, denunció a su empresa al no aceptar presiones editoriales.

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