Ilustración: María Luisa Hodgson

En El Médano, hacia Punta Pelada, el óxido infecta, ensucia el dolce far niente. Imposible el disfrute entre escombros, cacas y herrumbre. Balaustradas y leones de merengue caricaturizan el espacio urbano. Tierra seca y tiestos torcidos. Far West. El polvo del camino es una polvareda, un eructo, un pedo. ¿Dónde pace la panda de ediles sin ducha? El rompiente atlántico y la montaña sabia desertan de la desidia, la mugre y de rincones con pájaros muertos.

No hay cabeza en la playa del wind. El ser humano bebe, mea, defeca y estropea. El emisario vomita. Las bacterias cogen olas. Maldita sea tu estampa. El náufrago volvería corriendo al mar. Cuelgan bragas y calzoncillos en la liña, en la barriada junto a la Plaza Roja. Camaradas y langostas aladas devoran el táper con la axila en la rueda, en el terraplén, en el charco y su costra. Acompaña un caparazón ajado de cangrejo y una escurrida lata de cerveza Dorada. Lapas, burgados y tamboriles, ni en sueños. Atraganta tanta ropavieja.

La piedra chasnera de Mazuelas llora en la ferretería del abandono. Clavos romos, alicates salobres, llaves fugitivas, cerraduras amargas, casquillos, bombillas, herramientas tiznadas ensucian de ocre y verdín la costa de Vulcano. Sacian penas en el penal mohíno, en el desierto de lágrimas de sal. La arena raspa la cicatriz de tu desencanto. Abrigarse del viento en el Pasaje Picacho no es suficiente. Hola y adiós.

En Abades la misma historia. Idéntica chapuza fantasmal de existencia y tránsito. Plan parcial de calles, aceras y farolas corroídas. Intereses soleados y callaos desvalidos en el entorno disfrazado de blanco, ladrillo y vidrio que pudieron ser. La eterna primavera no es tal cuando la engañas con alambres perdidos, roña y gente domesticada de usar y tirar. Indiferente. La costumbre. Arriba asoma la vieja Leprosería que apartó llagas, quejidos, manchas y espíritus solitarios apestados en el dolor de cuatro paredes y el silencio de un cielo de constelaciones. Imaginario y una armónica muda. ¡Puaf! No aprendemos. Perdura el fracaso. Reivindico la belleza que pone freno al sillón de mimbre famélico y roto.

Pena que la brillante arquitectura del sol de Ten-Bel sea ahora cloaca, herida abierta, fractura, espanto, fiebre amarilla que extiende alas arrugadas en medio de cucarachas de arrabal. Los profetas Vicente Saavedra y Javier Díaz-Llanos no merecen maltrato. Sus chicas de ayer hace tiempo que dejaron de reinar en el guateque. Hace tiempo que las barbas de La Ballena languidecen entre arpones hendidos en piel dura. En el paisaje del desguace prodiga la prosa carente de ideas. Difícil la resurrección. ¿Bicarbonato de sodio? El parche doliente no hilvana la hermosura. Ni siquiera veinticinco viviendas bioclimáticas.

Y en el meollo del crepúsculo, el bicho en su sepulcro, el señorito apolillado amigo del cura pa presumir. Vinagre que avinagra a la niña y al niño que, al dictado, inocentes, chupan teta y hacen daño sin mirar al Teide. Porca miseria. Huele a tristeza. Bendita la madre que aguanta la agresividad, el abuso, y sigue ofreciendo besos. La suculenta tabaiba siempre da leche. Crece en el malpaís golpe a golpe, verso a verso. Algún día.

Qué difícil lo fácil. La vigilia se acaba en cuatro colchones y una vajilla Limoges con el reborde chapado. ¿Quién desea posteridad tras el cementerio? Ya no tendremos espejos que consuelen aflicciones ni garras que arañen flores a corazón abierto. Duele ensombrecer el Mundo en pasillos blancos de leucemia, en jardines de perfumes y tequila. Respirar la vida, apartar penumbras, cenar el viernes y despertar el sábado con lluvia y caderas amantes. Cara a cara como en el Paraíso.

Quiero vivir a tu lado.

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