Ilustración: María Luisa Hodgson

Acontece en la junta de la Rue del Percebe, número 13. Vocerío. No se habla. Se grita. Gallinero. Pobres gallinas. La asamblea, no obstante, apuntaba maneras: «Somos una comunidad bien avenida». Ilusa impresión. Las apariencias engañan. Mismo perro que las ilustres señorías de las cámaras Baja y Alta. Portes distinguidos, prepotencias, divismos… Terciopelo para cuerpos que retozan en afrentas, engaños, medias verdades, cinismos… Vergüenza ajena. La mala educación campa. La ignorancia se hace fuerte en el improperio.

Cansa. Cansa la clase política que lo justifica todo por un plato de ideología que no es tal. Fascina el poder. Tener poder. Repartir poder. Jugar con el poder. Sentir poder. Quemar Roma.

No generalicemos. Es una minoría. No. La mayoría arropa. Se identifica con los colores. Hoy tú, mañana yo. Importa mi gente, mi bandera, mi zaguán, mi reino taifa, mis neuras de pacotilla. Mi culo. Salvar el culo. Idiota el último culo. Ya filosofarás cuando venga el cáncer. Mientras, con Mambrú a la guerra de guerrillas. Y umbrales correveidiles. Metáfora. Somos pacifistas, ecologistas, liberales, comunistas, tolerantes, buenas personas. Nos sumamos a la cultura de la cancelación, al Buda sonriente y al todos y todas. Por supuesto. Gran mentira. Fahrenheit 451. Prohibido leer. Conversaciones meteorológicas de ascensor para una vida teledirigida de postín. Es el cambio climático.

El del Cuarto interrumpe, la del Segundo porfía, el del Ático sienta cátedra… Nadie quiere al indigente en el portal. Tun, tun, ¿quién es? Cierra la muralla. La casa, mi casa. Espíritus y alacenas con galletas de chocolate, pasas, hojas de laurel y melocotones en almíbar. Trapos sucios y fondo de armario. Intimidad de día, de madrugada, aunque, a veces, alguien vuele sobre el nido del cuco.

El plafón, la bombilla. Tungsteno o led: asunto de estado. El garaje. ¡Ay!, el garaje. La mía es más grande. El tráfico envilece también con las ruedas quietas. Oda a la peineta. Gente agria que se reúne con ánimo displicente. Aburre. El acuerdo es entelequia, heroísmo en medio del hedonismo, la codicia y la polarización obcecada. ¿Dónde queda la sonrisa de Nunca Jamás? El edificio viejo relame la herrumbre que rezuma de vigas maestras. La madre de todas las guerras se contiende, impertérrita, en el día a día de cualquier piso, presuntamente, tranquilo. No solo hay abusos y víctimas en la barbarie del fusil.

Hastío. El presidente de la Rue del Percebe, número 13, anuncia que dimite. No escribe carta ni se concede un fin de semana de reflexión para la galería. Decisión firme. La presión puede con él. El amor al arte no compensa ingratitudes y dolores de cabeza. El afán de servicio en tierra hostil es cosa de valientes, imbéciles y mártires. Heroicidades, las justas. ¿Merece la pena? ¿La paz es posible? ¿La sombra del Leviatán de Hobbes (homo homini lupus) dicta sentencia?

Oriente Medio y Ucrania están en llamas. La violencia en África está cronificada. Mechas encendidas prenden el Orbe y el patio de mi casa es particular cuando la variopinta vecindad se ve las caras de Pascuas a Ramos. La realidad y sus personajes, la búsqueda de respuestas, alter egos, protagonismos. Puertas, ventanas, escuchas. El hueco de la escalera, bajantes, liñas que sostienen la ropa del ser en la azotea de boleros y constelaciones. Miradas indiscretas, sal, pimienta, destornilladores de última hora, drones, Tomahawks, guiños, lágrimas y un tupperware. Mejor morir en casa.

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