Ilustración: María Luisa Hodgson

El pulpo fue hace un año o más en El Puntero y hace unos días en el mismo bodegón de comida típica. Esta vez sin la raja de tu falda. El pulpo ha acompañado siempre desde que asomó por primera vez en la mesa. Y persiste la tendencia. La vida que se aliña con mojos y lágrimas. La vida revuelta en tentáculos, rejos y ventosas. Quién fuera pulpo para abrazar eternamente y olvidar el frío del invierno malo que se cuela por las rendijas del alma.

El pulpo al ajillo en conserva es otra cosa. Aunque no es pulpo sino potón del Pacífico. Es lo que tiene la letra pequeña en territorio confuso. Oro parece, plata no es. La perspectiva se esconde y las figuras geométricas toman protagonismo después del abre fácil. Las latas dominarán el Mundo. Y los perros, en detrimento de la infancia, también.

Comer con fundamento merece la máxima atención. Desayuno incluido. Seduce el sonriente sombrerero loco pegado a tazas de té con pan, aceite de oliva, queso blanco y mantequilla de verdad. Bendita locura. Luego está el ayuno intermitente que reduce calorías, la voracidad tóxica que desarma cabezas y el serrín pa los pollos. Las comparaciones son odiosas, pero mejor las señoritas de Avignon que las tres gracias de Rubens. Cubismo.

Está claro. El cuerpo es templo y debe cuidarse. Bienvenidos, de igual forma, pilates, yoga, entrenamiento funcional y la quiropráctica infinita asociada a la armonía del cuenco tibetano. Dios y mazo.

Los anclajes viejos y oxidados necesitan aceite. Engrasar las articulaciones no es baladí. El dolor persistente es melancolía que momifica. El agua no tiene ese problema. El agua corre y se cuela entre las rendijas y tendones. No teme a nada, a nadie. Busca camino. Ablanda cartones y lo que se ponga por delante. Respirar sin agua es morir. Lo sabe el pulpo que es sabio. Por eso se mueve como pez en el agua. Y lo sabe Coque Malla cuando canta: «No puedo vivir sin ti. No hay manera».

En medio del ruido de sables y del escepticismo, en el animado Fondo de Bikini y en la superficie humana, queda tiempo para dormir, estado de reposo recomendable para afrontar las vicisitudes que se presentan y dan sentido a la existencia. Además, a cierta edad, en circunstancias calamitosas o de fatiga, arroparse con Morfeo relaja el músculo esquelético y las neuronas. En la cama o en muebles improvisados trasponerse supone bailar con la nada o el surrealismo, si bien solo en la segunda opción se impulsa lo irracional y lo onírico. De esto entiende el pulpo, que no es manco y no quiere quedarse al margen de las bondades y fantasías de echar una cabezada o sobar hasta que cante el gallo.

Resulta que el sueño de los pulpos es similar al de las personas de secano. Transitan entre dos fases de sueño, una tranquila y otra activa, y tienen la capacidad de soñar. Especialistas del Instituto de Ciencia y Tecnología de Okinawa en Japón, en colaboración con la Universidad de Washington, publicaron el descubrimiento en la revista Nature. Y eso va a Misa. No ha lugar a discrepancia ni a gruñir en plataformas sociales. Este talento, por cierto, el de soñar, pone contento a Manuel Carrasco. ¡Ea!

Quién fuera pulpo, insisto.  Tener muchos brazos impide derrumbes, encontronazos. Y acuna miedos que marchitan la luz. Inspirar bajo el mar, en el bajío o junto a un vaso de blanco seco es arrimarse a una sábana caliente. Ya sabes. El pulpo sabe más que calleja y junto a Miss Purity y sus tetas floridas contempla desde el rincón mil y una ráfagas de felicidad.

¡Chico fuera!

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