Ilustración: María Luisa Hodgson

El agua, salvo cuando no llueve a gusto o es maldita humedad, es maravilloso maná que cae del Cielo o brota de las entrañas. El agua fluye, busca camino sin preguntar, lubrifica los tendones. Sacia la sed, la eliminamos en la orina. Mean Donald Trump, Zelenski y Putin entre la guerra y la paz. Y miccionan Milei y Elon Musk, alienados con una motosierra. Nos meamos encima. Perturban la Matanza de Texas, las gafas de sol, el gaucho iluminado y los aspavientos. Visto el andar, ansiamos peces y burbujas de amor por donde quiera.

La cosa inquieta, de igual forma, entre quienes enarbolan la extrema siniestra. Errejón, Monedero… Dime de lo que presumes. En torno al Muro de Berlín ya no hay ladrillos que valgan, solo aguavivas, enrojecimiento y sarpullidos. Dejen al alumnado en paz. No necesitan ningún lavado cerebral. Tócala otra vez, Pink Floyd.

El Sol rompe las piedras en el valle de Tenesora. El agua corre por la atarjea y salta a la tierra manchada de zacho y piel seca con historias de drago y granadas que fueron. En 2025 continúa la posguerra que escribió el periodista Alfonso García-Ramos. Esto no lo arregla ni el agua honda que todavía riega las páginas de Guad. Me reencuentro con la novela en la Biblioteca General y de Humanidades de la Universidad de La Laguna. Forma parte de la exposición Agua y Vida comisariada por José Antonio Batista y Noelia García, docentes del Centro Académico. Agua bendita.

La antropología del agua, la sed y la escasez. En la lucha por las gotas alrededor del manantial nacen los milagros mundanos. Todo gira y de repente cobra sentido. De día y de noche. La alegría y la luz de las bombillas atraen a comensales ávidos de perfume, brebajes y alimentos. La convivencia se asienta en el pozo con voz clara y arrullo de mecedora. Mi reino, además, por una ducha de agua caliente. En ocasiones, agua helada que avive la sangre y rejuvenezca el ánimo. Polvo, sudor y mugre son muestras palpables del fracaso. En el desierto no hay esperanza. Incluso el coyote camina en el alambre y las espaldas mojadas de la frontera Tex-Mex son carne de cañón. Aquí al lado la muerte también asoma irreverente. En la ruta canaria de la migración la deshidratación malogra a la brújula, al astrolabio, al GPS. Únicamente la cantimplora ata al aliento.

El agua, don de la naturaleza y recurso esencial para los seres vivos, sostiene la columna vertebral del Mundo. Y en Tenerife, como en tantos territorios, es el torrente subterráneo la fuente más importante. Agua esquiva, oculta a los ojos de la vanidad, no viaja embotellada ni viste estanques ni rompe en la arena negra de Troya. Caudal callado que riega el paraíso, horada el cauce ajeno a la perturbación del ruido, a las inclemencias del ser humano harto de sí mismo. Las galerías complacen al regante y satisfacen el encantamiento de escucharse en calma.

Los cangrejos blancos y ciegos de Los Jameos del Agua son, acaso, los animales más felices del Orbe pese a sentirse observados por la langosta que viaja en clase turista. Su agua es marina pero tranquila. Ajena a cataratas, sobresaltos y aguas negras que arrastran heces por el retrete de la zafiedad. La tecnología ayuda a curar las heridas del agua y a desalinizar, aunque no es igual. La beatitud, el canto de unas voces blancas, la cámara lenta, el abrazo de amantes… se encuentran en la fría agua cristalina del silencio más puro, bajo el mantillo y el pico picapinos.

La mano que tiende el vaso de agua.

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