
Ilustración: María Luisa Hodgson
Los mundos kardashiano y chiripitifláutico se agitan estos días en la Ciudad Eterna. Adobados en su quebradiza mundanidad opinan a ras de suelo del difunto Francisco, de las cañerías vaticanas y de la orientación sexual de los ángeles con tal nivel de verborragia que revuelve las santas tripas. Personajes con alma entumecida pontifican y gansean en tertulias mediáticas y de café a la luz del idiotismo. La espectacularización de la noticia que saca tajada del dolor. Hartazgo. Vida, muerte y bufonadas a troche y moche entre hieráticos carabinieri con traje de clown. Llora, payaso. El poeta Virgilio relata de nuevo las andanzas de Dante por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso.
Pobre Bergoglio, mono de feria, sufrido jesuita penitente. El austero funeral que planeó se le ha escapado de las manos. Lo esperaba, seguramente. Pero una cosa es imaginarlo y otra verlo de cerca desde la altura celestial. En torno a él, estos días, pulula la decadencia de Occidente: arribistas, culpables de guante blanco, periodistas protagonistas bajo sospecha, señoras y señoros deprimentes de primera fila que dan lecciones, intelectuales porque sí, amantes de insustanciales selfies, aristócratas con polilla y Martini, tristes videntes que conjeturan papas negros y conspiraciones, influencers y demás pelaje hueco.
El desfile de ovejas desnudas enternece, no obstante, al difunto santo padre que, aunque no quiso el cáliz de Pedro, siempre esperó al Hijo Pródigo. Está en la esencia del Cristianismo, al igual que la cruz. O sea, llevar encima el peso de la Santa Madre Iglesia. Este plato no gusta a quienes se saben poco, a quienes rezan en silencio lejos del ruido de la gran belleza de Roma y su decadente fastuosidad. No obstante, Jorge Mario se refugió en la esperanza de la beatitud. El hastío conformista de Jep Gambardella nunca entró en sus planes.
Y en la sociedad de la imagen, a rey muerto, rey puesto. La tumba en Santa María la Mayor pronto se olvidará. La visitarán, en tal caso, hinchas del San Lorenzo de Almagro, de la Albiceleste, fieles de la iglesia Maradoniana (todo queda en casa), estudiantes de Arquitectura y no sabemos si la comunista Yolanda Díaz con un modelito de Purificación García. La zurda fue francisquista, no así la derecha puritana de misa dominical y sepulcro blanqueado. Cansinas banderas obnubiladas por el oro del cordero y flashes cortoplacistas. Inalcanzable eternidad. Más papistas que el papa.
Ahora, tras el luto, los fastos y las lágrimas de cocodrilo, el cónclave traerá sesudos juicios terrenales ajenos a cualquier dimensión espiritual. Especialistas ausentes a la creencia de los cipreses diseccionarán con fino estilete a los purpurados. Nada escapará al fino olfato de analistas de pacotilla y reconocido prestigio. La plaza pública focalizará la atención en el morbo de la fumata. La carrera por el solideo marcará la agenda informativa: el secretario de Estado, Pietro Parolin, y el húngaro Péter Erdö, son candidatos de transición. El romano Matteo Zuppi es de la vieja escuela vaticana y gusta a la bancada conservadora. El filipino Luis Antonio Tagle puede dar la sorpresa, mientras que la juventud juega en contra del favorito: Pierbattista Pizzaballa. El patriarca latino de Jerusalén nació en 1965.
Todo preparado. Vamos a bailar, a mover la colita, mamita rica. Suavecito. Palante, parriba, rápido. Izquierda, derecha. Dale, dale. A la pista. Empieza la fiesta. El circo frenético abordará sin mesura la elección del nuevo líder católico, otro hombre que predicará en el desierto para que todo cambie y todo siga igual. La paradoja del príncipe de Lampedusa hace tiempo que se hizo fuerte en los cimientos de la Cristiandad para júbilo o pena. ¡Qué más da! Lo importante, como dijo la Sor María de Sorrentino, está en las raíces.
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