
Ilustración: María Luisa Hodgson
Lástima que la trigésima edición del maravilloso concierto de Navidad de Puertos de Tenerife incluyera, una vez más, el villancico Una sobre el mismo mar. ¿Villancico? ¿Pulpo? Esta canción de exaltación del patrioterismo canario nació en 1994 después de que el Gobierno autonómico presidido por Manuel Hermoso impulsase una campaña publicitaria con el objetivo de reforzar el sentir vernáculo. O sea, otro producto más para que el pueblo atontado bailase al son que toca. No teníamos suficiente con el Papa Noel de Coca Cola.
Detrás del invento estaban los hermanos Teodoro y Santiago Ríos, quienes después de darle forma encargaron a Benito Cabrera la composición musical. Y el timplista lo bordó y Cali Fernández cantó celestial. Luego, la maquinaria gubernamental hizo el resto. La Canarias moderna y laica ya tenía su Internacional para corear en torno al Portal de Belén sin misa Sabandeña. Lo de “Ay, mamá, bandera tricolor” y sus siete estrellas verdes era demasiado vacilón, el pasacalles A la marcha Bambones no caía bien entre Los Chancletas del Canarión y el villancico (este sí) Lo divino hería sensibilidades al ser excesivamente religioso.
El himno chupó teta, creció y se hizo hombre. No había latido desde la Punta de Mosejos en Alegranza hasta La Restinga en El Hierro que no sintiese el 25 de diciembre un solo pulso. El Archipiélago ultraperiférico superaba la fragmentación, sacaba pecho y cantaba a una sobre el mismo mar. El Sanedrín de Vegueta y los Huevos del Teide enterraban el Pleito insular. Incluso, el empleo de consonantes sonoras tensas (landó) en Gran Canaria resultaba simpático en El Parlamento de Teobaldo Power. Pero veinticuatro años después del feliz nacimiento parió la abuela. La Graciosa, por la gracia de una iniciativa ciudadana (inconsciente mundo chico), adquiría en 2018 la condición de isla al estar habitada por algo más de setecientas personas. Había que incorporar la criatura a la letra después de que el Estatuto de Autonomía incluyese el ascenso. Ya no era un vulgar islote del Arhipiélago Chinijos, Reserva de la Biosfera, sino una isla dependiente del municipio de Teguise. Vana ínfula sin administración propia, guanaja cola conejera ahora atestada de vehículos y protectores solares. ¡Toleta!
La ufana Octava, protagonizó, entonces, nueva estrofa a sueldo del maestro Cabrera: “Apunta el alba por La Graciosa, mi chinija flor / Por las caletas sueña el jable cielos de arrebol. / Desde Los Roques trae un cantar el viento en su rumor”. ¡Ja!
Cuidado, queridos islotes nuestros, con las flatulencias altas. Mejor pardela, burgado y tabaiba dulce que impostado mazapán. La copla noctámbula que enciende bengalas y corazones de fiesta se la lleva el viento de amanecida. Por la mañana se habrán olvidado de oropeles y violines. Por la mañana se acordarán de cuando fueron matorral, oleaje atlántico.
El protagonismo del Consejo Ciudadano instalado en Caleta de Sebo alertó a la langosta y ya no hay marcha atrás. La bandera negra en la playa de La Francesa a causa de la masificación turística no es solución. A llorar a Tenerife y a la Gran. Quisiste, Graciosa, ser como ellas o, al menos, como las menores. Ilusa. Compartir canto mundano en un glamuroso escenario de contenedores no es premio. El valor de tu nombre no necesita solistas. Olvidaste la poética de San Borondón.
BC, no caigas más en la trampa. Guárdate de la oportunista clase política. Flaco favor has hecho. La Graciosa nunca debió ser la número ocho de un frío articulado. Eso sí, lo cortés no quita, tus versos recuerdan lo que fue: una morena guapa de melena rubia que, a veces, trenzaba desnuda con la virgen Montaña Clara.