Cientos de personas llenan el Teatro Cervantes de Málaga para arropar a la actriz Paz Vega y, luego, para no perderse el estreno del largometraje La punta del iceberg. En el palco principal, el director de la peli, un tal Cánovas, comparte estancia con Maribel Verdú, Ginés García Millán… y el productor Gerardo Herrero. En la platea, un tal Carrillo, mueve cintura en la butaca para posicionar sus largas piernas. Él también está de parto. Después de noventa minutos, los créditos toman la gran pantalla y el respetable, que de cine español entiende un rato tras 19 ediciones de festival, levanta sus posaderas y, en pie, con la mirada en contra picado hacia el ilustre balcón, inicia un largo y sentido aplauso. Cánovas se estremece en silencio y por su cabeza pasa un flashback de miles de planos de sueños y vidas. Carrillo también palmea y se emociona cuando Antonio Pérez Arnay, fallecido en 2012, recibe el homenaje del cineasta. La escena pudo acabar con Cánovas en hombros, al igual que Bruce Lee tras el estreno de Kárate a muerte en Bangkok en el cine aquel de Hong Kong. Pero no. Salió por su propio pie. Eso sí, algo en volandas y con la esperanza de repetir la faena en casa, en el Víctor de Eladio Fraga. Profeta en su tierra.
Qué bien luce el entorno de La Paz con el gentío del prestreno. Cánovas y Carrillo ya conocen la plaza. Algún cortometraje ya ha caído en la histórica sala tinerfeña. Acompañan al dúo, entre otros: el actor Fernando Cayo, el autor de la obra de teatro homónima, Toni Tabares; el compositor de la música, Antonio Hernández (otro de la panda), Alberto García (coguionista), familia y amistades. Normal. Y si en la capital de la Costa del Sol la formalidad prevalece, en la capital de las Canarias occidentales, el afecto desborda. Piel de gallina. La emoción sobrepasa. El éxito, que no se sube a la cabeza porque Cánovas y Carrillo son tíos normales, se palpa. Y porque son tíos normales que llevan veinte años de afanes, su gloria es de todos. Veinte años de sombras y luces como cuando fueron finalistas en los Goya con el corto El intruso (2005), que produce el guapo José Coronado.
Y en la presentación andaluza, un periodista pregunta y el productor ejecutivo de Tornasol Films adelanta que el romance con Cánovas puede continuar con la adaptación al cine de la novela Las flores no sangran, del canarión Alexis Ravelo. Por el momento, mientras el galanteo este ronda sus corazones, sí es más que evidente que entre Cánovas y Carrillo el flirteo ya enardece. El idilio comienza en el instituto Poeta Viana de Santa Cruz de Tenerife. Casualidad, pero el poema apasionado de este galeno inspira un gran amor que perdura y es prolífico.
En la Complutense de Madrid, el primero comparte aula y anhelos audiovisuales con unos púberes Alejandro Amenábar y Mateo Gil, mientras que el segundo, por su parte, forja en La Laguna, con los genes de su tío Anelio Rodríguez Concepción, una ilustrada vocación por la escritura y la sapiencia.
David Cánovas y José Amaro Carrillo merecen la mayor de las suertes porque son muy buenos en lo que hacen. Y porque, aunque se note, son mis amigos.