Ilustración: María Luisa Hodgson

En la película Desmontando a Harry el diálogo entre el inadaptado escritor Harry Block (Woody Allen) y una prostituta no tiene desperdicio:

─Oye, ¿para qué tanta pastilla? ─Pregunta la prostituta.

─Yo… Para la depresión.

─¿Y por qué estás deprimido?

─Estoy deprimido. ¿Tú no te deprimes nunca? Caray, ¿tú no te deprimes nunca?

─No está mal. Es mejor que currar de camarera.

─Sabes. Tiene gracia. Todas las furcias con las que hablo me dicen que es mejor que currar de camarera. Hacer de camarera debe ser el trabajo más jodido de este mundo. Es increíble.

─¿Por qué estás triste?

─Estoy espiritualmente arruinado, vacío…

─¿Qué quieres decir?

─Tengo miedo. No tengo alma… ¿Me comprendes? Te lo explicaré. Cuando era más joven pasaba menos miedo esperando la revolución que esperando a Godot

─Me he perdido…

─¿Sabes que el Universo se desintegra? ¿Sabes qué es un agujero negro?

─Sííí, con lo que me gano la vida…

Imposible no pasar por alto la genialidad del director neoyorquino que, en esta cinta, como de costumbre, con un magnífico guion, presenta nuevas caras de su alter ego. ¡Oh! La vida, sus soledades y sus sinsentidos en el teatro del absurdo de Samuel Beckett. El ser humano no se resiste a encontrarse, a buscar respuestas miopes. Criatura. Por eso la revolución es necesaria. Las cosas pueden ser de otra forma y manifestarse y creer que es posible nos acerca a la derecha del Padre, como si fuésemos de carne y hueso, y Dios. Perturbadora antropología.

Canarias tiene un límite. ¿Qué y quién no lo tiene? Su ecosistema limitado y frágil vocifera hoy junto a residentes pegados a la tierra que suda, sufre, germina y se harta. La langosta es implacable. Se lleva todo por delante y a otros pastos de Fanta-Cola.

La prostituta no quiere ser camarera. Y quienes han nacido en ínsula tampoco quieren hacer carrera entre copas y bandejas. La sociedad canaria hace tiempo que calla ante la turistificación. Manos y manos foráneas por puñados de euros. El Archipiélago cerró diciembre de 2023 con una población de algo más de dos millones de habitantes, casi veinticuatro mil almas más que en 2022. Atender al turismo es la consigna: catorce millones de soplos el año pasado. E idéntica playa, montaña y farola oxidada. Y resorts de lujo.

Las siete islas (nunca reconoceré a La Graciosa como tal. No lo necesita) se exprimen como una suculenta naranja. El impacto sobre el espacio público ensombrece costas, monte y nieve. Llora el parque temático entre jirones de caucho en las cunetas de la Cruz del Carmen y bajo los Huevos del Teide. El séptimo territorio del Mundo con más vehículos (cerca de dos millones) respira rajado con y sin calima. El Adagio for Strings de Barber estremece al Alisio. ¿Dónde está la primavera? ¿Dónde la autocrítica patria? 829,9 automóviles por cada mil habitantes en 2022. Y subiendo. Derrumbe hediondo.

El paraíso canario, la segunda autonomía más pobre del Estado español, gime arrugada, baila reguetón, grita riqui raca. ¿Todo para el pueblo? ¿Qué estamos haciendo mal? Los perros ya no defecan en la calle, los emisarios rotos, sí. La E. coli coge olas, microplásticos y microalgas guisan pejes verdes, y los cachalotes sangran de Rasca a Teno.

El terrero poblado de mi casa requiere pensar el impacto que generan las camas. El festín pantagruélico y el sexo cosificado apagan al tajinaste. Las estrellas se encandilan y el rabo de gato orina en la arena. Volcán herido en La Palma y puntal en Las Cañadas para que nadie lo tumbe.

Está claro: dinero para la resurrección y cabal gobernanza que gestione la bolsa. Partidos políticos, Patronal, sindicatos, grupos ecologistas, universidades… La gente, en definitiva. Ecotasa y cobro de entrada al espacio natural. La afluencia de guiris no es condena, es alianza. Hoy sábado, 20 de abril, sobran banderas indepes, republicanas, rojas o palestinas.

En Canarias quiero morir. No como un náufrago con pústulas en la piel.

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