La Sinfonía número 5 de Gustav Mahler se adueña de la estancia. Escribir con este bello regalo inspira la mente y dinamiza los dedos. Costumbre. La elección la sugiere un poeta, un colocador de letras que descubrió el son del poema en nuestro instituto Teobaldo Power, creador isleño que cantó a las Afortunadas y hoy suena en arrorrós de postín nacionalista. Aunque para terruños, me quedo con el almendro de Nicolás Estévanez: “La patria es el espíritu, / la patria es la memoria, / la patria es una cuna, / la patria es una ermita y una fosa”.
Y el estudiante planta a la adolescencia y, rebelde, busca en la poesía cosas que con la narrativa no llega. Y deja atrás la Isla que le ve nacer y Madrid alumbra al verso que ya ahonda en algo más, porque tiene que turbar. Y rompe con lo anterior. “Azotea de mi casa, / calle alegre de mi barrio, / si el viento por mi pregunta / decid que voy desterrado”, compone el gomero Pedro García Cabrera. Y como uno, posiblemente llora, una noche, en la esquina aquella de la capital del Reino.
Y la vida nueva sale a flote y prorrumpe lo que será su primer libro (El pan más necesario), distinguido en 1994 con el Premio Villa de Martorell. Desde entonces, el poeta se asombra de sí mismo y desnuda intimidades. Y José Martí y su contexto y la revista Orígenes asoman a la ventana y la mayor de las Antillas se hace más grande con Lezama Lima y otros, como el periodista Gastón Baquero. El colega exiliado, que me cautiva en Santa Cruz una tarde serena a propósito de la Menéndez Pelayo, también aturde: “Si tomas entre los dedos la palabra amor, / y la contemplas de derecho a revés, / y de arriba abajo, / verás que está hecha de algodón, / de niebla, / y de dulzura”. Y, fácil, sin querer, Rafael Alberti surge y atonta con su Salmo de alegría para el siglo XXI: “Amor, amor, amor. Es la palabra. / Es la sola palabra. / Amor. Es la palabra”.
El tinerfeño asienta, ahora, anhelos en La Rioja y siente la felicidad, que cala en los huesos, una mañana fría de invierno de camino a la academia. En cada poema se condensa una vida, profiere con calma y cadencia el poeta, al tiempo que invita a leer poesía porque con ella te vuelves más tolerante: comprendes vidas ajenas. Misterios pasados y presentes que aportan luz al futuro. Y de Logroño a la Universidad de Münster y, de nuevo, a Madrid y de Madrid regresa al drago después de haber sido golondrina. Atinada elección, que le dijese un día Víctor Zurita a Alfonso García Ramos.
Y una tarde le dan plantón y en la habitación y en la mesa y con el sol de la lámpara el verso llama a la muerte, “que es fría como el que aguanta un insulto. Que aparece cuando nos olvidamos del propio nombre. Y el mundo se cae encima porque la muerte (insisto) es fría y, a veces, no hay abrigo para todos”.
El poeta Carlos Javier Morales deja regusto en la sesión del Foro de la Fundación Canaria para la Educación y la Cultura. Estamos como en familia y evidenciamos que la poesía es necesaria porque, con ella, resultona o no, a veces nos secamos las lágrimas: “Esta noche / quisiera dormir bien, pero es difícil: / la excursión ha empezado ya en mi cama. / Se me olvida tu rostro, se me pierde / la imagen esencial de mi memoria. / Viajo hacia ti despierto todavía. / El corazón me pide / que se haga ya la luz y que te vea. / Por instantes creo ver tu sonrisa / diciéndome ‘Nos vemos, que descanses’, / pero el recuerdo nada puede / cuando es lo más querido lo que busca”.