Rubén Díaz

Rubén Díaz es de esos periodistas que un buen día dejó de lado el contrato con la redacción para dedicarse a la guitarra y a la poesía. Y no es el primero ni será el último. Es lo que tienen los creadores, los que generan sentimientos más allá de la costumbre. Por eso es difícil amoldarse a la servidumbre de las páginas ordinarias. Por eso, pese a que compusiera las mejores letras culturales que se han leído por estos pagos, la fuerza de la lógica del artista, que no se entiende porque es rebelde, pudo más que el orden cansado.

La historia del periódico aquel que quemó a su gente no volverá. Y no es ni bueno ni malo. Ahora, la vida va por otros derroteros y la moviola solo destapa recuerdos imborrables, como los de la puta mili. El sosiego del maldecido pitillo, la velocidad de los dos dedos sobre el teclado de la máquina de escribir que murió para que el ordenador codificase los ritmos de hoy, la copa debida mientras la rotativa de Bolívar arrullaba la madrugada, el bocadillo en el Gran Vía que ya no existe, el olor a tinta y a papel, los revoloteos de capones y palomos, las ingratitudes, las complicidades… Era otro periodismo que algunos llaman bohemio, como las noches del Santa Cruz de Francisco Pimentel, las jornadas infinitas de Paco Cansino, las altoberadas de José Alberto Santana, el pleito insular de Óscar Zurita (que hoy babosea el canarión Román Rodríguez), las cabezadas noctívagas de Antonio Arozena o la agudeza fina de Rubén Díaz cuando firmaba como Iris Blanco.

El que afina y rasga la cuerda, el compositor y arreglista, el escritor y antes plumilla, el productor que encomia al poeta Miguel Hernández, de quien evoco su Canción del esposo soldado: “He poblado tu vientre de amor y sementera, / he prolongado el eco de sangre a que respondo / y espero sobre el surco como el arado espera: / he llegado hasta el fondo”, cambia horizontes y estrecha bregas junto a su hermano Fernando Senante. Y se alía también con Carlos Pinto Grote. Y, juntos, fuman pipa y guataquean, que dicen en La Gomera.

Los acordes de Rubén llegan al alma y tiran más que dos carretas, aunque, posiblemente el protagonista lo cuestione. Es lo que tiene el bolerito, la rumba, la bossa y el flamenco con aires de alisio que se ensamblan en Kalima y Solfatara junto a Nacho Álvarez, Tiago Brauna y demás virtuosos. Y echo la vista atrás y refresco el Paraninfo Universitario, las calles de La Laguna, el Fragata y La Troya y escucho al cantautor Agustín Ramos que me acercó a la Nueva Trova Cubana en el tiempo que los perros pintaban rayas. Y le pido que, por favor, me devuelva la luna.

Rubén Díaz fue galardonado ayer viernes 15 de julio con el Premio Mumes 2016 por su labor a favor de la multiculturalidad y contribución al fomento de las músicas mestizas en Canarias. Recibió la distinción en el Auditorio Infanta Leonor de Arona tras la inauguración de la exposición Jambo África de Daniel Millet, un sagaz informador que vela por los buenos contenidos, que es lo que cuenta. Y el telonero de lujo pone en sus fotografías color, miradas, olores, contraste, vacíos, distancias… Y entrega mezclas y ricuras que envuelven. Es como si Rubén Díaz cantase las melodías de este bárbaro, fascinante y enloquecedor Mundo.

 

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