Jason Bourne se mueve muy bien en el conflicto, entre los manifestantes de la plaza Sintagma de Atenas, o sea, en la plaza de España de Santa Cruz de Tenerife. El ex agente de la CIA, que ya se ha encontrado a sí mismo, es un buen chico aunque fuera entrenado para no dejar títere con cabeza. Aunque, mejor bajo tierra porque molesta, porque toca los huevos, porque va solo, porque es un antisistema en este sistema neoliberal que no puede parar (danzad tontos) porque no hay quien lo pare. Se aleja, además, de los chuloputas de James Bond o Ethan Hunt, para ser un poco Billy Elliot o el profesor de música Clément Mathieu.
Le quieren los progres que razonan la bestialidad yihadista. Le quieren los meapilas que siempre van con los buenos. Le quieren los del centro que algunos hay. Es el yerno ideal. A todos contenta. Bueno, excepto a los malos que no somos ninguno. Será que, en el fondo, gusta su indisciplina contra la mentira, los abusos. Y pese a que proclamamos la no violencia, nos encanta como domina el kravmagá o combate de contacto. Un bofetón a tiempo nunca viene mal.
Y mejor hablar poco como Bourne que parlotear de cara a la galería. Que las consultas con Felipe VI de nada valen cuando no hay. Y si en agosto seguimos sin Gobierno, todos los españoles a la calle para que no cobren los políticos. Pásalo. El nota, además, no se jacta de sus importancias. Recela de Facebook y no publica en su perfil que es un experto. No airea en su muro que está de vacaciones en Londres, Las Vegas o en la frontera con Macedonia. No alardea aunque sea un crack. No se pavonea en la playa ni luce palmito. No aviva su hoguera de las vanidades. El más letal de los espías es humilde y justo. No tiene cabida en esta ingrata, quejosa y superficial sociedad de lágrima fácil y cazamariposas que, ignaro, se ríe de la incurtura de Pedrito, el pibe que salió de Abades con una pelota entre los pies para jugar en el dream team de Pep Guardiola y ser campeón del Mundo en Sudáfrica.
Érase una vez Jason Bourne que le guiña el ojo a Edward Snowden y nos alivia de nuestros desasosiegos y desesperanzas de gente corriente, de personas normales que salen al paso de la usura de los prestamistas, de fragilidades y yintónics que se rompen, de mezquindades profesionales, de guerras que pillan lejos o muy cerca, según se anide aquí o allá. Es la muerte del sargento Elías que estremece mientras el adagio de Samuel Barber cala en las entrañas. Y luego volvemos al escenario cruento del Pulp Fiction de Tarantino.
El cine dibuja bondades y miserias. Dramatiza milagrosas listas de Schindler que se forjan con hábiles valentías y rezos de rabino. La vida misma que ayer viernes 29 de julio pisó el papa Francisco sumido en oraciones de silencio en medio del silencio de los campos de exterminio de Auschwitz y Birkenau, vestigios infames de niños con pijamas a rayas y renglones torcidos de Torcuato Luca de Tena.
La realidad de Jorge Mario Bergoglio ha coincidido con el estreno internacional de la quinta entrega de Jason Bourne. Millones de seres humanos se acercan estos días al pensamiento del pontífice y a los arrestos del héroe interpretado por Matt Damon en medio del temor, la debilidad y la esperanza. ¡Buenos días, princesa!