Hace algunos días, como todos los años por estas fechas, recibí su felicitación. Se espera. Es tradición. También se recogen por correo electrónico sus pensamientos, que se escriben y dibujan bajo el insondable título de Vernal Eguensiano. En esta ocasión, el artista se inspira en el cuadro El hijo del hombre de René Magritte para desearnos un 2017 a color. El blanco y negro, mejor dejarlo atrás, como el ojo profundo y gris que nos ilustra para recordar a las víctimas de Berlín. Levanto la mirada y su firma llena la pared con una marina azul y blanca y tímidamente ocre en el amanecer del horizonte. A su lado, contrasta un papel numerado de tonos cálidos. Figurativo. Manchas que transmiten, al igual que las personas que traza cuando piensan que con estos políticos no se arranca ni para delante ni para atrás.
Felipe Hodgson también es arquitecto. Y la crisis y la riada aquella, le golpeó. Como a tantos y tantos. Una pena que las plantas del Colegio de Arquitectos todavía estén marchitas, sin agua. Andrés Febles las mantenía vivas y flamantes. Verdes. Ahora no. Ahora el edificio de Javier Díaz-Llanos y Vicente Saavedra mira a la Rambla mustio y seco. El presidente de la Demarcación, Argeo Semán, debería hablar con Hodgson para que le diera una pátina, para que le enseñara como la pintura, la escultura, el grabado y el dibujo driblan el tiempo oscuro.
Repaso las reflexiones del creador para alejarme del ruido, de la desesperanza, del viento que, de nuevo, nubla las ramas de los árboles. Sus letras ilustradas son claras. No hay dobles lecturas ni miradas enrevesadas. Simplemente “tengo que comprar manzanas en el supermercado y he olvidado ponerlas en la agenda”. No hay más en las líneas eguensianas. Y las releo. Y descubro en medio de la luz una rendija sombría: “Después de calzar tantos zapatos en mi vida con otros tantos sombreros, creo y supongo que todo seguirá igual”. Pero es un espejismo. Supongo. Porque Hodgson juega a los dados y nos invita a tirarlos desde el primer momento del día, desde que te metes en la bañera. Rienda suelta al juego de la existencia, a la provocación. No hay otro camino al color.
Por eso el maestro enseña. Tiene la cualidad de invitar a pensar. Y sus alumnos particulares le hacen caso y esbozan. Lástima que ya no instruya en la Facultad de Bellas Artes de La Laguna. Paradoja. Eso sí. Su prima María Luisa Hodgson coge el testigo. Y Víctor Ezquerro ilustra la tarjeta de Navidad que el rector Antonio Martinón dirige a la comunidad universitaria con el óleo Desde cualquier rincón del paisaje. Un lienzo cercano, afectuoso. Próximo al corazón terrenal. Ese mismo que Felipe descorcha cuando llena la mente de espacios idílicos reales que acapara y toca para que afloje “la chancleta del estrés”.
Y el virtuoso grita un sí a la filosofía como argumento contra el empirismo de los empiristas, contra la racionalidad de la “tabla rasa del conocimiento”. Lógico. Los inventores (y FH lo es) ven más allá. Dudan de la fuente que origina la sombra. Porque otra cosa es que Pablo Iglesias cante villancicos cristianos con su padre o que aquí, en las Islas, entonemos con Benito Cabrera que aunque seamos siete sobre el mismo mar, sintamos el latir de un solo pulso… Postureos.
Hasta la próxima Felipe. ¡Feliz Navidad! Y eso…