Rafael Escobedo de la Riva

Fotografía: Carlos A. Schwartz

Lele Marchitelli es el autor de la banda sonora de la película La gran belleza, dirigida por Paolo Sorrentino. Y siento una y mil veces la melodía Las Bienaventuranzas (The Beatitudes). Y cierro los ojos y los abro y me enamoro un poco más de las cosas bellas que están y se guardan. Las mejores fotografías (dicen) son las que nunca se hicieron y perduran en el recuerdo. Y me recreo en el juego de la cámara. Fascinante. Y salto (alfa y omega) al baile en la terraza romana del ferragosto con Rafaela Carrá y los mariachis y un grito: ¡Ahhhh! ¡Mueve la colita mamita rica! Y la coreografía (fascinante, lasciva, cautivadora, satírica, distinguida, hortera…) engatusa. Bravissimo! Virtud y decadencia. Sin demora, los acordes del piano arrastran a La La Land. Los pies se mueven solos, soñamos en clave de Hollywood y nos hacemos grandes, muy grandes. ¡Viva Justin Hurwitz! Es lo que tiene el amor cuando danza enamorado, inhibido. Es la magia del director Damien Chazelle cuando junta planos y secuencias y bate registros con siete Globos de Oro e iguala con catorce nominaciones a los Óscar a Eva al desnudo (soberbia Bette Davis) y Titanic (tortolitos Rose Jack). Y bobalicón, en medio de estas ensoñaciones, resulta que Rafael (Rafi) Escobedo de la Riva ha ganado el concurso de ideas para la reforma y transformación del Polideportivo de Frontera en un centro multiusos, además de encontrar una solución urbanística al entorno del pabellón con accesos y zonas verdes. Y el arquitecto, que forjó sapiencias en Roma y circuló en vespa por la Via Veneto, como hicieron Gregory Peck y Audrey Hepburn, bautiza la propuesta con el sugerente “Luz natural”. Y la memoria se traslada, enonces, al certamen aquel que también ganó junto a Mónica Esteban: la remodelación del Parque de Las Mesas de Santa Cruz, aún en fase de ejecución, con su pérgola serpenteante, o el pabellón de madera de pino (low cost), que levantó en la plaza Arquitecto Alberto Sartoris (la misma que custodia la chica de rojo de Chirino), con ocasión de la primera bienal de Dulce Xerach Pérez.

Algún día escribiré decenas de páginas sobre mis amigos los arquitectos de Tenerife. Es un proyecto que revolotea perenne y del que ya esbozo intenciones. Pero no será en este 2017. El editor Paco Pomares, a quien tengo cerca en la Facultad de Ciencias Políticas, Sociales y de la Comunicación de la Universidad de La Laguna, me vigila estrechamente para que le entregue en junio el contenido del libro que presentaremos, Dios mediante, en octubre. El periódico La Tarde (1927-1982) cumpliría noventa años y la efeméride merece el esfuerzo editorial. Las raíces son importantes, musita Sor María (la Santa) antes de que los flamencos sobrevuelen el Coliseo…

Escobedo es un tío normal, apacible y cabal. La presidenta del Cabildo de El Hierro, Belén Allende, y demás integrantes del jurado han elegido bien. La Isla del Meridiano, pequeña y razonable, ha acertado con esta intervención que será luminosa, pegada a la tierra y con una mirada que sube alta, a la inquietud ilustrada que trasciende. Porque después hay otras arquitecturas soberbias, alejadas e iconográficas, propias del star system, que se esbozan (algunas) en servilletas de papel y triplican presupuestos. A veces el experimento sale bien (Museo Guggenheim de Bilbao) y a veces no genera el retorno esperado (auditorio patrio de Calatrava). Eso sí, la escultura de 72 millones de euros descuella peripuesta con piel de azulejos, punzante lengua y, ahora, parece, afecta de humedades… Un disparate. Bla, bla, bla.

Estampas armoniosas, paisajes reales, obras honestas. Escobedo de la Riva.

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