El 28 de febrero comunicó su cambio de actividad en Cáritas Diocesana de Tenerife en un escueto comunicado a través de su perfil de Facebook. Después de doce años al frente de la administración de la organización católica en la provincia, ahora se dedicará a otros menesteres, seguro, con igual eficacia y desvelos. También el mismo día, en la misma plataforma social, publicaba un lazo negro ilustrado con el escueto mensaje “Respeta mi fe”. Nada más. Tampoco hacía falta más. No era necesario. No es su estilo saltar al barro de la polémica fácil, estéril y maniquea de buenos contra malos o viceversa. Tanto da. Simplemente, a Paco Fumero, como a tantos miles de cristianos, le dolió que en un espectáculo público agraviaran a la Virgen María y a Jesucristo con similar desazón, o más, que si el desaire se hubiera dirigido contra sus progenitores de carne y hueso. Y en este burladero de la fe reside la cuestión. Esa es la tecla trascendente que suena. Y duele cuando se zahiere. Y lastima a miles de almas que, por esa fe filial, se desviven en silencio, en la misma cercana Cáritas de Leonardo Ruiz, por vidas necesitadas a través de proyectos de promoción y transformación social en situaciones de infancia desprotegida, mujeres maltratadas, jóvenes desempleados, mayores solos muy solos, habitantes sin hogar y con hambre, inmigrantes inoportunos, seres humanos excluidos con problemas de drogodependencias…

El 28 de febrero el vicepresidente y consejero de Empleo, Comercio y Desarrollo Socioeconómico del Cabildo de Tenerife visitaba a la Virgen de Candelaria. Y le pedía (en su derecho está) “por todos nosotros y porque siempre impere el respeto que es la base de la diversidad”. Luego, el 1 de marzo, el político volvía a la red social, esta vez en clave terrenal: “La diferencia nos enriquece. El respeto nos une”. Efraín Medina, que es listo, muy listo, no da puntadas sin hilo. Le bastaron dos publicaciones en el escaparate de Mark Zuckerberg para poner en solfa los argumentos de quienes han querido normalizar una ofensa escudándose en la transgresión del carnaval, en la libertad de expresión, en la modernidad, en la tolerancia, en el libre albedrío, en el atrevimiento, en la saludable provocación, en el laicismo, en el sentido del humor…

El 28 de febrero el obispo de Las Palmas afirmaba en un comunicado que estaba viviendo el día más triste de su estancia en Canarias al triunfar “la frivolidad blasfema en la gala Drag”. Y se preguntaba si no hay límites para la libertad de expresión, si todo vale en las manifestaciones festivas. La carta de Francisco Cases generó sus filias y fobias (¡con la Iglesia hemos topado!), pero lo que de verdad generó una pelotera fue que el espectáculo protagonizado por Borja Casilla le pareciese a monseñor más triste que la tragedia de avión que el 20 de agosto de 2008 acabó con la vida de 154 personas. Consciente de la comparación poco afortunada, el clérigo levantino recogió velas y se puso en contacto con Pilar Vega, la presidenta de la Asociación de Afectados del vuelo JK5022, para “sin excusas ni pretextos” pedirle perdón. Y redactó un segundo escrito de contrición, que envió a los medios de comunicación, en el que mostraba su dolor y arrepentimiento por el “daño ocasionado”. Un ejemplo, sin duda, en este mundo de soberbias extremas, posiciones irreconciliables, encastillamientos ideológicos…

¡Qué necesidad Drag Sethlas!

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