El problema no es que haya trascendido. Que lo es para el interfecto. El problema va más allá. Es de fondo. Está en los cimientos de esta sociedad de doble moral alejada de la recta razón que, depende, según se mire y quién. Pero esto no es nuevo. Ya Erasmo de Rotterdam describía a principios del siglo XVI cuan feliz vive la persona humana en medio de la necedad (el que esté sin pecado que tire la primera piedra). Todo, o casi todo, vale. Y, en ocasiones, se manifiesta en el escenario despiadado de la plaza pública, en este caso, por una vendetta partidista. ¡Maldito wasap! Es lo que hay. Es lo que tenemos. Es la fiera que alimentamos desde los medios de comunicación libertarios y libertinos, desde los variopintos parlamentos democráticos, desde las aulas modernas con profes colegas y tal. Imposible evadirse. Somos frágiles, corrompibles y libres. Y nos mofamos de los que no piensan como uno. Y nos burlamos (prepotentes) desde la estulticia que se retroalimenta en el barro. ¡Cómo nos gusta!  De puertas hacia adentro enfangamos y nadie de la panda se rasga las vestiduras. Es como un enjambre que murmura, lujuria, place, alborota y baila el sábado noche en versión moderna. ¡Maldito wasap! Y luego, cuando trasciende, salen las viejas del visillo y los/las compañeros/as ofendidos/as y los/las ideólogos/as de género y los oportunistas y los tertulianos con púlpito y demás ralea que se regocijan en el linchamiento. ¡A la hoguera con Zebenzuí! La cagaste, primo.

Y el abogado corriente de familia humilde de Tejina que se ha hecho a sí mismo se agarra como gato panza arriba al cargo. Las presiones del mundo mezquino en el que transita no son suficientes para que le quiten el sueldo. No piensa dimitir. Es concejal por vocación de servicio a sus vecinos. ¡Já! Y luego están los daños colaterales que pueda ocasionar con su marcha. La estabilidad del frágil gobierno municipal, por ejemplo. Solo fue un error. No hay que sacar las cosas de quicio ni de contexto. ¿Quién no ha enviado alguna vez un mensaje políticamente incorrecto?

Las hienas ávidas de justa sangre quieren su cabeza. Estaban agazapadas esperando el momento preciso. Y llegó. Implacable. ¡Maldito wasap! Pero no es el único rufián. Hay quien porta el calificativo con prepotencia y escenifica impresora en su escaño del Congreso. Patán. Otras, lucen bebés. Hay quienes, incluso, presumen de rastas y coletas o juegan al solitario. Aunque da lo mismo. El traje, la corbata, los conjuntos monos o una estética conservadora no garantizan nada. Ornamentación de cara a la galería, porque los wasaps de baja estofa se envían igual con mayor o menor prudencia desde palacio que desde el piso de Barrio Nuevo. El caso es estar seguro del destinatario y que este no te la juegue cuando el contenido sea comprometedor. Iluso.

¡Cuántas insensateces y zafiedades pululan distraídas (o no tanto) por los canales de mensajería! Y es que no hay goce absoluto si no se comparte con los demás. Es la naturaleza. Es la caverna de Platón que aturde y vapulea. Es el intercambio compulsivo e irrefrenable de palabrería, fotografías o memes animados, hasta que cae en manos del sañudo de turno que filtra el contenido para su divulgación mediática o, incluso, a familiares y amigos cuando el agravio afecta a adolescentes resentidos. Entonces, la risotada pasa al llanto, al dolor, al sufrimiento y, en situaciones extremas, al suicidio.

Zebenzuí González es una víctima más de la ingenuidad con que, en general, se utilizan las plataformas sociales. Un inconsciente fanfarrón rey de la pista. Un edil mediocre preso del poder efímero y erótico que otorgan las urnas. Un mentecato más que farda de sus pillajes rastreros analógicos en territorio digital. ¡Hay que ser imbécil!

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