Algunos medios de comunicación se hicieron eco de la noticia pero la cuestión no ha focalizado tertulias radiofónicas ni alborotado redes sociales. Probablemente, estar al tanto de las andanzas del denostado Puigdemont y su panda de correligionarios presos, sobrecogerse ante un nuevo caso de violencia de género acaecido aquí al lado (como si es en Sebastopol), alienarse con una calabaza a costa de enterrar a todos los santos o alarmarse ante el escalofriante dato de que cerca de la mitad de la población canaria está en riesgo de pobreza o exclusión social absorbe más. Y se entiende. Es comprensible que el eterno problema de la educación canse y sea más de lo mismo: la matraca de siempre que involucra a padres, profesores, estudiantes, inspectores, equipos directivos, políticos, sindicatos… La cantinela que aburre pese al fuego de artificio de los que sacan pecho ante la caída porcentual del abandono escolar temprano o presentan un nuevo ciclo formativo que tras dos meses del inicio de curso hace aguas por todos lados.

Por eso no extraña que haya pasado desapercibido el anuncio reciente del Consejo de Gobierno de la Universidad de La Laguna en el que advierte del déficit formativo de partida de su alumnado en Física, Matemáticas o Dibujo Técnico, así como carencias en determinadas competencias transversales básicas: comunicación oral, comprensión lectora o redacción. Este informe coincidió con la aprobación de un plan de medidas de mejora del rendimiento académico para dar cumplimiento a un acuerdo de financiación suscrito con el Gobierno de Canarias en diciembre de 2016, por el que las instituciones de educación superior de las Islas deberán elaborar estrategias para perfeccionar la eficiencia de sus estudios.

Visto el andar de la perrita, confiemos que la docta institución, concebida para ejemplificar el conocimiento a través del avance científico, no invierta estos dineros en acciones encaminadas a enderezar la mala preparación de base de sus cachorros. No es su función. No está para enmendarle la plana a la Educación Secundaria Obligatoria y al Bachillerato, en donde se regalan aprobados (tal cual) y se suben calificaciones para maquillar las estadísticas que tanto gustan a los que ocupan poltrona pública, en este caso la consejera Soledad Monzón y su equipo de colaboradores.

Como consecuencia, excesivos nuevos universitarios espantan con faltas ortográficas y desorden en la sintaxis más elemental; sobrecogen con ignorancias en aritmética y geometría; estremecen con lagunas incomprensibles en cinemática, mecánica y dinámica; inquietan con nulidades en perspectivas caballera o axonométrica, o una simple y básica mediatriz… Y lo que es peor, acostumbrados a pasar de curso con la ley del mínimo esfuerzo (los hay), llegan a San Fernando sin actitud innovadora, quejosos y ejercitados en escaqueos. Por cierto, ahora toca la semana de San Diego…

Lejos de la languidez que transmiten los educandos cansinos y los educadores inertes, que también pululan en la academia, reconforta escuchar a Clara Grima, docente en la Universidad de Sevilla y presidenta de la Comisión de Divulgación de la Real Sociedad Matemática Española. Ponente en un coloquio celebrado en la ULL, animó a seguir al conejo blanco y a descubrir con los números nuevos horizontes. Una delicia.

Grima se decantó por las matemáticas gracias a un buen profesor de Filosofía, gracias a la implicación de una persona que, en su momento, fue más allá de la necesaria labor instructiva. Y frente a la pantalla del ordenador pienso en alguien que me marcase. Y reparo en muchos y en uno en especial: John Keating. ¡Oh capitán, mi capitán!

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