En esta vida, dicen, hay que hacer tres cosas como mínimo: escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. Aunque algunos no desdeñan la vanidad de presenciar en familia cómo te inmortalizan con el nombre de una vía pública: José Emilio García Gómez o Manuel Hermoso Rojas, pongamos por caso. También se da que reconozcan méritos después de muerto: Adán Martín y el Auditorio de Tenerife, por ejemplo. En la comunidad científica sucede algo parecido, solo que en este universo la casuística es más sesuda y variopinta. Ha sucedido recientemente con nuestro científico Basilio Valladares, a quien colegas de la Universidad de Edimburgo y del Instituto Universitario de Enfermedades Tropicales y Salud Pública de Canarias han homenajeado al bautizar una nueva especie de ameba, residente en el Teide, con el latinajo de Leptomyxa valladaresi. Conociendo al ilustre doctor, su ego no se habrá movido un ápice, antes bien, al percatarse del designo seguro que se desconcertó con un leve carcajeo. ¿Quién no ha soñado alguna vez con darle su apellido a un protozoo rizópodo cuyo cuerpo carece de cutícula y emite seudópodos incapaces de anastomosarse entre sí?
Estos expertos decidieron honrar a Valladares por su dedicación al campo de la parasitología y enfermedades tropicales en la ULL y, sobre todo, por su decidida entrega al estudio de amebas de vida libre, lo que le ha convertido en una autoridad mundial.
El catedrático se jubilará en agosto de 2018 de la dirección del Instituto que creó, pero en modo alguno se desvinculará de esos microorganismos que uno (cinematográfico) imagina vivarachos cual minions amarillos. Tomará el apartamiento para descansar de la burocracia y dedicarle más tiempo al laboratorio, a sus colaboradores de bata blanca que tiene cerca y que, algunos, ya despuntan (Jacob Lorenzo Morales). Y a esos amigos célebres, sencillos, sacrificados, brillantes… que tiene en África y América del Sur (Manuel Elkin Patarroyo) y que tanto hacen por el bienestar del ser humano, pese a que este se empeñe en generar daño. Maldito barro…
La clave de la cientificidad es la cooperación, las sinergias que separan y unen. El maestro nunca estará solo. No podría. No sería lógico ni útil. Por eso a su vera trabaja un equipo de cincuenta personas entre docentes, investigadores y profesionales de la Salud Pública y la Biotecnología. Consecuencia de una primera piedra que se puso hace 16 años y que en 2013 mereció la Medalla de Oro de Canarias.
Valladares mira hacia atrás y reúne en este trecho cerca de cien tesis doctorales, más de quinientos artículos y casi cuarenta proyectos europeos e internacionales. Un balance positivo pegado a la tierra que pisamos y que justifica el papel de la universidad competente. Precisamente, en una entrevista publicada en el diario digital Periodismo ULL, que edita el Laboratorio de Comunicación del centro académico, el protagonista responde agradecido a la joven periodista Luz Toro: “Satisface que un paciente nos agradezca que la opinión que le dimos resolvió su dolencia. Antes del Instituto no había nada. Se diagnosticaba en el hospital. Ahora, nosotros caracterizamos el parásito y recomendamos la terapia adecuada para evitar resistencia al tratamiento. Hemos arreglado problemas sanitarios cuando las enfermedades eran desatendidas o poco estudiadas”.
Gracias profesor por ser buena persona, por su actitud de servicio, por generar empatía, por su intelecto claro, por compartir, convivir, rebelarse, luchar, dudar… Gracias profesor. Y afortunada ameba…