El instante cero, según la teoría del Big Bang, fue aquel en el que se creó el espacio, el tiempo, la materia y la luz. Imaginamos ese abrir y cerrar de ojos sintiendo el piano de Rick Wakemano o la guitarra de Brian May con Hans Zimmer (Interstellar) en el marco del festival Starmus, que reunió en Tenerife, durante sus tres primeras ediciones a reputados astrónomos y científicos del mundo, entre ellos a Stephen Hawking. Pero este encuentro astronómico y musical también concitó quebraderos de cabeza. El peso de la gravedad. Su travesía por la Isla fue como un cometa que embobó y luego, en 2017, viajó a Trondheim (Noruega). Garik Israelian manejó y ahora explora otras galaxias terrenales. Misterios o no tanto de la física financiera que todo lo puede y maniobra. Causas y efectos que escapan a lo insondable del ser y la existencia. Nimiedades humanas si las comparamos con odiseas siderales y poemas sinfónicos (Así habló Zaratustra) o con experimentos que persiguen el desafío de estudiar el primer soplo cósmico, las formas de energía que gobernaron el primer santiamén. Es los que hacen los cosmólogos implicados en el proyecto Quijote (del inglés Q-U-I JOint TEnerife), colaboración entre el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y otros centros y entidades del planeta Tierra. Se trata (ingenioso hidalgo) de observar la infinitud con dos telescopios y tres instrumentos dedicados a la medida de la polarización del cielo en microondas, en el rango de frecuencias comprendido entre 11 y 42 gigahercios, y en escalas angulares de 1 grado. Trajines de humildes y nimios servidores de la ciencia envueltos en ondas gravitacionales, agujeros negros en colisión y explosiones de supernovas que desencadenaron el inicial pataleo y llanto del universo. Gente seria que no pierde el tiempo con los carroñeros de Sálvame que le dedican su patético minuto de silencio al pequeño Gabriel. Esperpénticos charlatanes que enfangan a televidentes peleles que abonan basura. Maldito, una vez más, dinero. Pena. Y consuelo que no falta, gracias a Dios (o llámalo equis), en las personas que ven más lejos de las estrellas y señalan trayectorias instruidas, como Francisco Sánchez, el catedrático que abrió senda en la astrofísica española. En 1975 fundó el IAC y el Observatorio del Teide se hizo más grande. Diez años después, el Roque de los Muchachos se sumó a la excelencia internacional. Canarias, que impulsaba su liderazgo en el sector turístico, se erigía, al mismo tiempo, en un enclave estratégico para la observación del firmamento, tanto diurno como nocturno. Buenos tiempos para el despegue de la astronomía, al que contribuyó Carl Sagan desde Estados Unidos. De aquellos años retengo su libro Cosmos, el superventas que nos acercó ­a la interrogación universal y a los alienígenas y a la posibilidad de comunicarnos con ellos. Esta inquietud generó la novela Contact, que Robert Zemeckis adaptó al cine en 1997 y Jodie Foster protagonizó. Al séptimo arte no se le escapa una e inmortaliza también a Hawking, diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica y a quien a los 21 le daban dos años de vida. ¡Y corrió hasta los 76!, “un extraordinario ejemplo de superación ante las dificultades de la vida”, recordaba estos días Rafael Rebolo, el actual director del IAC, una eminencia que, confieso, no había detectado en toda su dimensión. Me sonroja confesarlo. Me aturde no haber reparado antes en la sólida brillantez de este cartagenero (1961) que en 1987 se doctoró en la Universidad de La Laguna. Coautor de más de 330 artículos publicados en las más importantes revistas (incluidos diez en Nature y Science), con más de quince mil citas, su trabajo abruma. Las enanas marrones y varios astros gigantes extrasolares se lo agradecen.

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