Imposible pensar Santa Cruz sin el Puerto, que lisonjea a navíos que buscan reposo y avituallamiento en sus atracaderos. Otros fondean en la bahía al socaire de vientos y corrientes del océano abierto, a veces iracundo y siempre desabrigado. Y todos guardan estampa a la sombra de las cumbres de Anaga, vigías de una ciudad crecida en torno a la marquesina, farola del mar y tinglados mercantiles que dejaron paso a la Terminal de Cruceros, base para pujantes navieras que traen a Nivaria miles de pasajeros y tripulantes, también en estos meses de temporada baja (mayo, junio, julio y agosto), más propicios para el Mediterráneo de las Islas Griegas que tan bien evoca Lawrence Durrell.
Todavía resuenan en la memoria las sirenas del Ciudad de La Laguna, Villa de Agaete, J.J. Sister y Manuel Soto antes de levar anclas en el Muelle de Ribera. Estos buques que navegaron bajo el pabellón de Trasmediterránea ya son historia, al igual que la compañía que fue de bandera, comprada por el Grupo Armas este pasado mes de junio. Ahora, aunque el ajetreo portuario queda lejos pues dormito proa a un viñedo de Tacoronte-Acentejo, son los catamaranes de Fred. Olsen o los imponentes Queen Elizabeth, Costa Pacífica, Azura, Jewel of the Seas, MSC Fantasia o cualquier Aida los que captan mi atención. Sin desdeñar, claro está, las arboladuras del Juan Sebastián Elcano, Cuauhtémoc o Fragata Danmark, siempre entrañable. En ocasiones, igualmente, me arrimo a algún yate estirado que amarra cabos a los firmes noráis, testigos de incontables relatos marineros. Y confieso que no me desagradan las plataformas petrolíferas, esos monstruos de hierro que se levantan desafiantes sobre piernas de hormigón o acero y que, en el Dique del Este o en la Dársena de Los Llanos, exhiben sus intrincadas estructuras oxidadas, ansiosas por la reparación naval que tantos millones de euros de beneficio genera.
En el Muelle Norte, casi en la bocana, en donde los pescadores echan la caña, se divisa una bonita perspectiva hacia el Sur. La Capital luce galana. Lástima que la antigua Estación Marítima del Jet–Foil, primer premio de arquitectura Manuel de Oraá y Arcocha en su quinta edición (1990-1991) y seleccionada para la II Bienal de Arquitectura Española, languidezca en la incuria. La celebrada obra de Antonio Corona, Eustaquio Martínez y Arsenio Pérez Amaral no es lugar para estibadores y requiere otras audacias. Difícil justificar su cesión por treinta y seis meses a los muchachos de Antolín Goya (Coordinadora Estatal de Estibadores Portuarios) cuando es un espacio idóneo para exposiciones (¿museo naval?), ocio, comercio… que bien podría vincularse al desubicado Correíllo La Palma. Causa estupor la apatía de las mentes rectoras a lo largo de catorce años y la última decisión. Por ideas y promotores con ansias de generar riqueza que no sea. Y cuesta entenderlo, todavía más, una vez recorres el paseo litoral de Málaga y sientes el bullicio en torno al Centro Pompidou, tiendas estilosas, puestos de artesanía, prósperos restaurantes y terrazas lindantes con quillas, cubiertas y calabrotes. Sanas comparancias para el necesario impulso turístico que no sindical, a la par que llega el ansiado proyecto de enlace.
La Junta de Obras del Puerto (en la actualidad, Autoridad Portuaria), se constituyó en Santa Cruz de Tenerife el 29 de noviembre de 1907. Su primer presidente fue Manuel de Cámara y Cruz, y, desde entonces, veintidós personas han asumido el cargo. El último, Ricardo Melchior, tras la reciente designación del popular Pedro Suárez (buena elección y buena gente) por parte del Consejo de Gobierno de Canarias, digan lo que digan, para que Antonio Alarcó frenase la moción de censura al alcalde de La Laguna, José Alberto Díaz.
Ya le tocaba el retiro a uno de los políticos más competentes de esta tierra y de Coalición Canaria. El descanso del guerrero, con sus aciertos y errores, después de seis lustros en puestos de responsabilidad pública. El ingeniero industrial, que inició su actividad profesional en el Puerto tinerfeño, ha recogido velas en idéntico batiente. Y en el ínterin: el querido Cabildo insular, al frente del cual estuvo cuatro legislaturas desde 1999, después de ocupar la vicepresidencia y distintas consejerías. Por eso Melchior es cabildista y tiene interiorizada a la Isla, de la que no se olvidó durante el tiempo (2004-2008) que ocupó escaño en la Cámara Alta.
Y numerosos son los reconocimientos recibidos, como el de la Familia Real de Dinamarca que le nombró en 2005 embajador en España de Hans Christian Andersen con motivo del bicentenario del nacimiento del escritor. Su bisabuela, Dorotea, acogió en su casa próxima a Copenhague al creador danés, ya enfermo, antes de que falleciese el 4 de agosto de 1875. Vidas que pasan y se cuentan y se escriben. Paréntesis que vienen y van. Como los barcos y las olas.