Ilustración: María Luisa Hodgson

A propósito de Juan Gopar, una bienal en Arrecife de Lanzarote y unos bocadillos de pescado frito para desayunar, el arquitecto José María Rodríguez-Pastrana me acercó a La Graciosa, que ya no es islote, sino isla menor. Desventurado ascenso. Antes, distraída, vivía apacible en su caleta. Ahora está en boca de todo quisque y en el mismo mar de Benito Cabrera. El patrioterismo nacionalista le sumó una estrella a la bandera tricolor sin consultarle al difunto Cubillo o, en su defecto, al profesor García Ramos, garante de añepa y mando atlántico. Al diputado Paco Denis, imagino, tampoco le hará gracia tanta fineza con la chinija. A mi niña descalza en el bajío le han puesto por decreto tenis o playeras de tendencia. Y la presentan en sociedad, cuando su única puesta de largo fue el desposorio de Pao García-Sanjuán. Aquello fue una cana al aire, unas vacaciones en Roma o un despelote en La Francesa. Y ya. Hoy, en cambio, sobreactúa, es actualidad y entra en la Agenda Setting. Es una mujer con falda formal, base de maquillaje y protocolo. Te engañaron, Graciosa vana. Pagas justa por pecadora. Menos mal que tus hermanas, Clara y Alegranza, los pequeños roques y el primo Lobo, no quieren protagonismo. Huyen del flash cojonero y la aldea global. No entran al juego de las fases. La Luna colma suficiente.

En La Gomera, Guido Kolitscher también se deja seducir por el astro menguante y creciente, esencia de vida adoptiva y de las noches sosiegas sobre su caserío en el barranco, arriba la Villa. Entre palmeras, bancales y la laurisilva del Cedro, el territorio de Curbelo hace tiempo que dejó atrás el chiste y la inopia, si bien sigue tranquila. Está suscrita al descanso eterno, incluso en la exclusiva Lomada de Tecina, donde solo el hándicap rompe silencios. Y aunque los alemanes llevaron el coronavirus, el aísle y el guarapo cercenaron atisbos de alboroto. Todo bajo control. Nada escapa al conde. Eso sí, en agosto, marejada. En ese lapso fogoso, de camarones y lúpulo, la playa de Valle Gran Rey es un hervidero de veraneantes de Tenerife para desespere de Hautacuperche, clavado a La Puntilla de arena negra, callao y salitre. Entonces desaparece la contracultura jipi. El tambor del crepúsculo y las rastas huyen con el tañido a otra parte, menos a Taguluche. Ahí no va nadie. Ni el silbo siquiera.

El Hierro es otra ínsula que tomará la delantera el lunes 18 de mayo. No obstante, lleva instalada en ella desde que se declaró autosuficiente en materia de energía. La central hidroeólica Gorona del Viento se ha erigido en símbolo, como las sabinas y el lagarto gigante. El escritor Víctor Álamo de la Rosa no llega a la altura de sus zapatos, pero es embajador del Meridiano. Consciente de la dignidad comparte libros en el vecindario y comenta argumentos en el patio interior como trovador, no correveidile. Ocasión propicia para anunciar La ternura del caníbal, su nueva novela. La leeré. Me ha puesto los dientes largos: “Comenzó a morder sin previo aviso, quiero decir, sin ninguna señal que presagiara la escena macabra”. Desde las conferencias en Asabanos y cena en Valverde no he vuelto a tierra de bimbaches. Es lo que tiene la periferia. Mejor así. Al soslayo. Desapercibida. La bonanza se altera con el volcán submarino y el recuerdo de Pancho, el mero que reinó en las calmas de La Restinga. Lo demás sobra. Malpaso, Orchilla, el Pozo de las Calcosas… se filtran en La Estaca y en Los Cangrejos. Ósmosis inversa.

Maldita y suspirada Fase 2. Peñascos agraciados y esperanza para el resto de dolientes afortunadas. Y en el jardín de la Atlántida, escurridiza, asoma San Borondón, que fotografió Carlos Schwartz. En su utopía me refugio. A la mar voy por naranjas.

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