Ilustración: María Luisa Hodgson

Hay personas, periodistas o no, a quienes se les recuerda por las opiniones publicadas en algún diario. En especial cuando los artículos se seguían con atención y deferencia porque imperaba el hábito de lectura y porque la prensa tenía más peso y crédito. Hoy no es así. Además, los muros de pago en el soporte digital no acaban de cuajar en la España de la cultura gratuita. Salvo alguna estrella mediática, el protagonismo recae ahora en influencers, youtubers, personajes de tertulias basura, charlatanes de redes sociales, trolls boleros y resto de fauna digital engatusadora. En el pueblo llano descuella la escasa capacidad crítica o la osadía intelectual. La prepotencia domina a la mesura, la verborrea a la prudencia y el exhibicionismo al pudor. Cierto es que siempre ha habido lenguaraces. La diferencia es que, en la actualidad, se les hace demasiado caso y, claro, pavonean a troche y moche sus sandeces. Red Bull les da alas.

Alfonso García-Ramos, en La Tarde, con “Pico de Águilas”, o Francisco Pimentel, en El Día, con “Santa Cruz, la nuit”, son algunas firmas que perduran en la nostalgia. Este último retrató entre mayo de 1957 y octubre de 1958 la savia nocturna (y, a veces, diurna) de la capital tinerfeña. Eran otros contoneos y ritmos. Historias de héroes y heroínas habitantes de callejuelas (Candelaria, Cruz Verde, La Noria, Santo Domingo…) ávidas de copas y encantos. La ciudad burguesa próxima a los venturosos sesenta del siglo XX guarnecía la bohemia al abrigo de la Farola del Mar y su marquesina. Añoranzas que perviven en letras impresas, guarda de tradiciones pasadas que no mejoran el presente. Si bien es habitual la referencia al actual Santa Cruz dormido, no por el infecto coronavirus, que también, sino por la deriva apática que sufre de un tiempo a esta parte. O sea, un muermo. Pero no hay que remontarse a cuando las linotipias reinaban. En los años ochenta del offset y la explosión de la amanecida, el empresario Luis Lerín promovió la discoteca Ku en el Parque La Granja después de cerrar un acuerdo en Ibiza con la propiedad. Luego se sumaron al envite de neones y watios Suso Zárate y Nacho Zerolo, y los tres, bajo la firma Lezarze, impulsaron nuevas salas e iniciativas hosteleras que dinamizaron el guaperío del Chicharro encantado de conocerse. Las tentadoras madrugadas del Ku cesaron con el siglo XX. La  Tele canaria tomó posesiones en el dos mil hasta que la Oficina de Atención e Información Ciudadana del Ayuntamiento apagó el templo del ocio. Mundo gris para la pista fashion que encandiló al paraíso.

Luis Lerín falleció este miércoles 26 de agosto rodeado de familia y amistades incondicionales. Se fue tranquilo, sin flashes. Así vivió. Primero, en su Zaragoza natal, y después, en Tenerife, adonde arribó camino a Sudamérica. Y se quedó. Y durmió en la calle y fue botones en el Hotel Moreque de Arona. Andares primigenios que le llevaron a hacer fortuna en múltiples iniciativas, unas exitosas y otras deshechas en el trajín del fragor. Aconteceres del sueño americano que existe para unos pocos elegidos. En general, buena gente. Y Lerín lo fue.

La alerta roja se llevó, igualmente, hace unos días, a Paco Martel, cronista de las tradiciones delante de las cámaras del Canal 7 de Paco Padrón. Cambió el teclado por la alcachofa y con ella destapó calderos y cuartas del país. Hijo de Juan González Ramírez, que llegó a ser redactor jefe de La Tarde y de Hoja del Lunes, y secretario de la Asociación de la Prensa, saboreó junto a su padre y colegas, más de una vez en El Puntero, vino de Taganana. Aquellas noches…

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