Ilustración: María Luisa Hodgson

El miedo genera estrés. Lo sabemos y me lo confirma la psicóloga Katy Dorta. Con ella comparto mesa y mantel de Pascuas a Ramos para espantar situaciones estresantes y embromar sobre el acaecer. Algo así como los almuerzos patrocinados de Andrés Chaves en Los Limoneros, pero sin jamón ni cámara fotográfica ni plumilla que levante acta. Con Katy, decía, me tomo a guasa lo de fulano o mengana, que para liberar tensión y no perder orina a los sesenta acude, ahora a los cuarenta y muchos, al físico cuando surge y al mecánico siempre que puede. Es la ansiedad que ahoga y pone en valor la fragilidad del ser humano, antes invulnerable. Será la Covid-19 que saca el lado más canalla de quienes se sienten negacionistas y el más santurrón de quienes se duchan con gel hidroalcohólico. Y tampoco es eso. El caso es que el instinto de supervivencia nos está matando. La búsqueda extrema de la seguridad maniata sin apercibirnos de que el hombre propone y Dios dispone, decía el excomunista Mijaíl Gorbachov. Cuanta verdad, salvo para Joaquín Sabina y recalcitrantes que lo niegan todo.

La revolución silenciosa de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que abandera Naciones Unidas, que son a su manera como los Diez Mandamientos de la tradición judeo-cristiana, pasan a un segundo plano si lo mío se tambalea y los aforos de las terrazas y reuniones varias siguen reduciéndose, incluso los velatorios de Servisa y Santa Lastenia. Despedirse ni siquiera. Menos mal que los que manejan parné, maniobran con usura y cobran por respirar no descansan. Tiempos no favorables para la lírica y venturosos para CaixaBank y Bankia que contactan con mascarilla para fusionarse y constituir la mayor entidad financiera de España con sede central en Valencia, territorio neutral. Buena noticia para la distante macroeconomía, al margen de los locales en alquiler que vuelven a brotar como setas en el centro de la capital tinerfeña y urbes de postín. Miedo. Por fortuna siempre hay personas emprendedoras cerca que ponen buena cara, si bien este maná en Canarias no es suficiente. Las Islas necesitan el turismo como el comer y ya urgía que la consejera Yaiza Castilla, que lo está haciendo muy bien, muy bien, pactase con los cabildos para financiar test a todas las personas que entren en el Archipiélago. En Europa nos tienen miedo y salvar la temporada de invierno ofertando un destino seguro parece esencial para el sector y aledaños. Y de paso, aliviamos las angustias al empresario José Fernando Cabrera que está fuera de sí con David Padrón, director general de Innovación y Desarrollo Sostenible del Gobierno autonómico. El doctor en Ciencias Económicas aprovecha la coyuntura y pone el dedo en la llaga: “¿Y si nos planteamos reducir un treinta por ciento de turistas de aquí a 2030?”. Lógicamente, verdes, ecologistas y amigues de Unidas Podemos saltan de alegría, no José Luis Rivero Ceballos que discrepa del cachorro (un suponer) y tampoco las kellys, que engrosarán la lista del paro porque tendrán menos que limpiar.

El colega de la Universidad de La Laguna provoca al personal y no repara en que el pueblo canario es temeroso y se agarra a su virgencita para que le deje como está. Va en los genes aunque Tenerife, también es verdad, fuera en su día ariete de las vanguardias. Si Eduardo Westerdahl y la Bauhaus de Gaceta de Arte levantasen la cabeza. ¡Ay! El ministro Castells es otro que se apunta a la sopa boba al afirmar que el plan b no existe. “Se trata de sobrevivir en las condiciones que podamos», asienta, reposado, el catedrático que vive de las rentas.

El miedo al coronavirus marca tendencia. Encapsula, limita y aliena ajeno a la costumbre de infartos, demencias, diabetes, ictus, gripe, cáncer y demás mortandades dolientes vecinas de casa. Descansa en paz, amigo Cristóbal García.

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